Es toda una paradoja que la vida útil de la generación dorada se prolongue gracias al aporte inesperado de un joven sin historia venido desde Inglaterra, que le entregó a este grupo el carisma —el “ángel” dice Lasarte— que se requería para vivir la última etapa de su brillante historia. Es en esa amalgama (como diría Arjona) que se han asumido con más entusiasmo que reproche los capítulos postreros de un grupo habituado a imponer sus condiciones.
El sólido triunfo sobre Paraguay ha permitido que volvamos febrilmente a sacar cálculos optimistas, creyendo ver en la apretada tabla de posiciones una variante nunca antes vista en un proceso clasificatorio. Sumamos y restamos, olvidando que todo dependerá de la línea futbolística de un equipo que no tiene más sorpresa que la de Brereton, porque el resto es sobradamente conocido, incluida la sociedad de Isla y Sánchez.
Por eso seguimos considerando que el peso de los jugadores en las decisiones directivas es imprescindible para el tránsito grupal. Fijar las condiciones de dónde se juega, como se aplicarán las normas sanitarias o los días de descanso siguen siendo prerrogativas del colectivo, en el que Martín Lasarte es apenas un factor de contemplación, como lo fue en la Copa América con la decisión de Alexis Sánchez de jugar pese a su lesión o del grupo para ingresar gente al lugar de concentración.
En el seno del plantel han acuñado términos en boga como el de “Los viejos rockeros” o “El último baile” para elevar la motivación, aunque es evidente que la suerte pende de un hilo y que el margen de error desapareció. Frente a Venezuela seguramente no habrá tantas opciones como ante los bolivianos (en un desperdicio de puntos que aún duele), pero esta vez hay un factor que entonces no existía: Brereton. La última vez que el núcleo duro de la Roja —Bravo, Isla, Medel, Mena, Vidal, Aránguiz, Vargas y Sánchez— actuó junto fue en la Copa América ante Brasil, lo que seguramente no volverá a repetirse hasta el cierre de este proceso.
La importancia del partido ante los venezolanos ya no puede ni siquiera calibrarse, porque es la misma de siempre. Hay que sumar de a tres y cruzar los dedos para que los planetas se alineen, porque objetivamente leer la táctica de este equipo es demasiado fácil, y en el afán por ser fiel a un estilo, el tránsito se ha hecho muy lento y previsible. Ya no vale pensar en el futuro ni en los escenarios probables de un traspié, porque no hay plan alternativo.
Chile va como siempre. Con esta nueva realidad de los mismos de siempre, con el apoyo de un ángel que vino de lejos para recordarnos que los que pudieron refrescar la historia no dieron el tono.