Carolina Brown (Santiago, 1984) comenzó a dibujar y escribir desde niña. Posee un amplio currículo académico, ha sido premiada y ha publicado cuatro libros: En el agua, colección de cuentos, y las novelas El final del sendero (2018), ya reseñada en estas páginas, y Rondas (2019).
Nostalgia del desierto es su más reciente ficción y difiere de las anteriores en varios aspectos: es decididamente autobiográfica, si bien narrada en tercera persona; el estilo es más seguro que en sus volúmenes previos; hay sucesivos cambios en los puntos de vista; Brown exhibe una madurez ausente en el resto de su producción. Los personajes están bien delineados, sobre todo las mujeres, aun cuando son demasiados para que queden en la memoria tras leer un texto más bien breve, y salvo las tres protagonistas, muchas veces nos quedamos con meros nombres: la nana Margarita, la criada Martinique, el bisabuelo Rupert, Mr. West y una multitud de parientes y amigos de Rebeca.
Nostalgia del desierto es varias cosas a la vez: una indagación en la intimidad de tres mujeres separadas por generaciones, aunque vinculadas por lazos afectivos que han perdurado a lo largo de décadas; una visión retrospectiva y a la vez muy contemporánea del clan Brown, al que pertenece Carolina; una exploración en el pasado y el presente tanto de Peggy, Rebeca y Dora, como en el de sus relaciones de parentesco; una meditación, ora tierna, ora cruel en torno a la juventud ya perdida, la madurez, la decrepitud; en fin,
Nostalgia del desierto no resulta una obra fácil de definir por varias razones: su aparente sencillez es engañosa, puesto que Brown se interna con pasión en el laberinto de la psique femenina; rebusca, revuelve, escarba en el pasado sin contemplaciones, mas siempre con una dosis de ternura; los hechos remotos (hablamos de los años veinte) resucitan gracias a la perseverancia de Rebeca por encontrar sentido a su pasado y hallar su identidad; surgen objetos, antiguas fotos —en especial una de su madre, a quien nunca conoció—, juguetes, ropas, utensilios, los primeros autos que llegaron a Chile, los pasatiempos de la infancia, las aburridoras y poco creativas clases que para Rebeca y su hermano Eddie, afectado tempranamente por una enfermedad erradicada, son un calvario de hastío.
Básicamente,
Nostalgia del desierto está construida en dos planos narrativos que, a la vez, nos remiten a un siglo en la vida de Chile, dentro de un círculo estrecho y, hasta cierto punto, desconectado de la realidad: el del grupo familiar de los Brown, ligado profesional e individualmente a las Oficinas Salitreras que florecieron en el norte de Chile, cerca de Iquique, en la década del veinte y sus postrimerías. De hecho, una de las perspectivas centrales está conformada por las cartas que Peggy le escribe a Dora: un epistolario vívido, divertido, pícaro, repleto de anécdotas y reminiscencias, que para la angustia, ansiedad, hasta desesperación de Peggy, queda siempre sin respuesta. Por cierto,
Nostalgia del desierto no es una ficción epistolar; sin embargo, las desoladoras, ansiosas, acongojadas palabras de Peggy conforman en sí mismas, otra novela dentro de la trama central.
El otro plano al que antes nos referimos está constituido por las vivencias de Rebeca, una ejecutiva de multitienda que trabaja sin cesar y a juzgar por lo poco que se dice al respecto, obtiene un magro sueldo, pese a su impecable desempeño que en múltiples oportunidades la obliga a quedarse en la oficina hasta altas horas de la noche. Y el comienzo de
Nostalgia del desierto tiene precisamente que ver con esto: su tía Peggy la llama desde Londres con el fin de que se haga cargo de sus cenizas. Eso significa al menos quince días de vacaciones o permiso sin sueldo y el jefe de Rebeca la recrimina por su bajo rendimiento. No obstante, Rebeca decide partir a Londres a cumplir con la promesa que formuló a Peggy y, en lo sucesivo, tendremos escena tras escena de malentendidos, fantasmales recorridos por la capital del Reino Unido y el retorno de Rebeca a Santiago con el ánfora que porta los restos de Peggy, todo lo cual se presta para numerosos episodios ridículos, si bien, a la postre, Rebeca consigue quedar en paz consigo misma.
Con todo,
Nostalgia del desierto es más que lo anterior: es una travesía sin vuelta atrás, un recorrido por el tiempo desde la desaparición de las salitreras y la brutal realidad; una reconstitución de un clan social que conoció momentos de gloria y romance, ahora hundidos en el olvido; la memoria de dos mujeres, junto a la de una artífice, cuyo mero nombre aparece en esta lograda intriga. Pero, sobre todo,
Nostalgia del desierto es la crónica tierna, poética, evocadora, de tres mujeres solas.