Pese a sus nombres y apellidos tan castizos, Carmen María Machado (1971) es ciento por ciento norteamericana y si bien domina el español, escribe en inglés, con ocasionales frases, exclamaciones o párrafos en castellano. Con una educación esmerada en colegios e instituciones de la Costa Este, estudió en el renombrado Writer's Workshop de la Universidad de Iowa. Es autora de relatos y ensayos que se han publicado en revistas literarias como The New Yorker, Granta, The Paris Review o Los Angeles Review of Books. Su cuerpo y otras fiestas es su primera novela y fue finalista del National Book Award y del International Dylan Thomas Prize.
En la casa de los sueños, su segunda ficción, ha obtenido el aplauso unánime de la crítica angloamericana. La protagonista es la propia Carmen María. Mientras era una aspirante a convertirse en escritora, Carmen conoció a una muchacha rubia, de clase alta, fascinante, extraña, con la que inició su primera relación lésbica, tras haber mantenido solo experiencias sexuales con hombres. Val, su amante, poseía una idílica mansión en Bloomington, Virginia, que es la casa de los sueños con que se titula el volumen. Sin embargo, esos sueños, esos ensueños diurnos, se transformaron en pesadillas cuando la novia de Carmen empezó a mostrarse posesiva, celosa, paranoica, para más tarde recriminarla por engañarla y terminar agrediéndola verbalmente e incluso de manera física.
En la casa… constituye un testimonio y una meditación en torno a un vínculo ponzoñoso, que, en esta trama urdida mediante una gran variedad de estilos que Machado usa con aplomo, presenta como provocador no a un hombre heterosexual de mentalidad e ideología patriarcales y machistas, sino a una lesbiana. Y este es el primer elemento que da valor al texto de Machado: la denuncia de la violencia de la pareja dentro de la comunidad gay. Con todo, la propuesta de Carmen Machado va mucho más lejos: en lugar de mantenerse en un simple y obvio ejercicio de alegación individual, recurre a la historia vivida, y también sufrida, para explorar mucho más a fondo el tema, divirtiéndose literariamente con él. Y Machado lleva a cabo su proyecto por medio de la astuta manipulación de géneros narrativos: la novela romántica, la gótica, la erótica, la de terror, los cuentos infantiles, el thriller de espionaje, la picaresca, las alteraciones de puntos de vista, la confesión y cuanta variedad existe en torno a estos géneros.
Todo esto le permite revelar su biografía y al mismo tiempo meditar sobre cómo contamos nosotros las nuestras. El resultado es una muestra del talento transgresor de Machado, que ha sido calificada como una de las voces más lúcidas del espectro libresco actual, capaz de mezclar los métodos formales con total transparencia en la crónica de las vivencias personales y sexuales. En la casa… pasa a ser una virtuosa pirueta de modos de narrar, seductora, multifacética, ejemplo de arrolladora sinceridad alrededor de los abusos físicos y emocionales en las parejas de hoy, sean hétero u homosexuales.
Aun así, En la casa… presenta rasgos poco agradables relacionados con la obsesiva preocupación de Machado sobre la sexualidad, en concreto la femenina: hace miles de años que el tópico ha sido tratado de múltiples maneras, por los más disímiles autores y autoras. No obstante, ahora último, en concreto en las letras estadounidenses, el dichoso temita parecería provocarles con infinitas fórmulas más bien relacionadas con la genitalidad o vaya uno a saber qué. Machado no es excepción y sus pormenorizadas descripciones sobre técnicas lésbicas pueden resultar agobiadoras: es cierto, hoy día ni una monja se asusta ante tales derroches, aun cuando hace rato que perdieron interés. No obstante, para Machado sí lo poseen y nos regala página tras página de menudencias que pueden ser hastiadoras. No insinuamos que siempre haya que acudir a leyendas bucólicas; aun así, tanto a Machado como a sus coetáneos, se les suele pasar la mano en el rebuscamiento erótico.
En la casa… el sentido último quizá se halle en uno de los cientos de capítulos y minicapítulos que conforman esa incursión imaginaria: “Y después otra escena en la que él les haría cosas indecibles a los cuerpos (mujeres, una vez habían sido mujeres) y ella se limitaría a clavar la mirada inerte en una distancia media, buscando algún purgatorio mudo en el que poder vivir para siempre”.