Nadie podía sorprenderse porque el tema del aborto hubiese aparecido en el debate de los candidatos presidenciales, especialmente si se tiene en cuenta que el próximo martes se vota la propuesta de legalizar el aborto libre dentro de las primeras catorce semanas de embarazo. En cambio, hay un dato que sí debería extrañarnos: todos los candidatos de centroizquierda e izquierda están a favor de esa iniciativa. Algún día habrá que escribir la historia de cómo y por qué las fuerzas de izquierda le dejaron a la derecha el patrimonio de la defensa de la vida no nacida.
En efecto, si algún impulso vital debería caracterizar a la izquierda es su preocupación por los más débiles, la defensa de los marginados. Pero aquí no solo se pone del lado de los fuertes, sino que presenta el asunto desde la perspectiva de los derechos individuales. Este prisma individualista resulta especialmente notorio en Yasna Provoste, la candidata que pretende representar el humanismo cristiano.
¿Qué le ocurrió a la izquierda? Fue colonizada casi por completo por el progresismo moral, que también ha hecho estragos en la derecha. Así, ha asumido una tras otras las causas más caras a esta forma de pensamiento, desde el aborto y la eutanasia hasta el alquiler de vientres. Mala receta de matriz individualista para abordar temas tan dolorosos, porque lleva a que pierdan los débiles.
Precisamente, en una materia como el aborto, donde haría falta una sensibilidad muy especial que llevara a hacerse cargo de la situación de angustia y soledad de la mujer que se enfrenta a este dilema –muchas veces acosada por todo tipo de presiones–, nuestra izquierda elige cortar por el eslabón más débil. ¿Y cómo resuelve este terrible problema? Acudiendo a la violencia pura, al poder de disposición de unos seres humanos sobre la existencia misma de otros.
En todo caso, la discusión no está cerrada. Es perfectamente posible que un número importante de los parlamentarios que están indecisos se pregunte qué alternativa de las que están en juego es compatible con el valor sagrado de cada vida humana, y cuál de ellas significa hacer caso omiso de los vínculos comunitarios y resolver el problema según la ley de la parte más fuerte.
La discusión está abierta también en otro sentido. En efecto, hay países, como Holanda, donde se introdujo el aborto y la cuestión quedó zanjada para siempre. Hubo en ellos intentos de oponerse y protestas iniciales, pero luego los defensores de la vida no nacida se dieron por vencidos y se retiraron de la escena pública.
En otras naciones, en cambio, la situación ha sido completamente distinta. El caso paradigmático es el de EE.UU. Allí, la famosa sentencia de la Corte Suprema en el caso Roe vs. Wade (1973) no fue el final, sino el inicio de un movimiento que a través de las décadas no ha perdido, sino que ha incrementado su fuerza. Esto se ha traducido en diversos cambios legislativos que buscan salvar vidas por la vía de restringir esa práctica.
El más reciente es el Heartbeat Bill, una legislación del Estado de Texas que, a partir de este mes, protege al feto desde que se escucha latir su corazón. El asunto está lejos de concluir y ha comenzado una amplia batalla legal, con argumentos muy sofisticados de cada una de las partes en disputa.
Este caso nos muestra dos cosas muy interesantes. La primera es que la legalización del aborto no constituye una ley fatal de la historia humana. Estamos en el campo de la política; y si existen personas dispuestas a invertir su tiempo y energías en una causa que consideran justa, las realidades pueden cambiar. Esto vale para EE.UU., pero también para Chile.
Por otra parte, el asunto tejano tiene una peculiaridad que para nosotros resulta insólita, porque la cruzada jurídica y comunicacional en contra de la nueva legislación que protege la vida no nacida tiene como un protagonista muy relevante a The Satanic Temple, un grupo que ha obtenido su reconocimiento como religión y goza, por tanto, de la protección de la ley. Ellos sostienen que dentro de los artículos de su fe religiosa está el que “el cuerpo de uno es inviolable, y se encuentra sujeto únicamente a la propia voluntad”. Además, han creado unos rituales de aborto, de modo que, según ellos, la restricción de esa práctica supone una lesión de su libertad religiosa. Así, como dice la revista Fortune, “los satanistas pueden ser la última esperanza para derogar el proyecto de ley sobre el aborto en Texas”.
Vemos aquí una exacerbación de la postura que hoy mantiene gran parte de la izquierda chilena, porque no solo se presenta el aborto como un derecho humano, sino que se lo hace parte de uno especialmente significativo, el de libertad religiosa.
La cuestión a la que se ven enfrentados muchos parlamentarios indecisos de centroizquierda apunta a materias tan fundamentales como cuál es el sentido del derecho; en qué medida puede permitirse la fuerza privada para resolver situaciones difíciles, y, en último término, qué significa ser de izquierda en el mundo de hoy. En suma, deberán preguntarse si las razones que hace muchos años los llevaron a dedicarse a la política con una opción de izquierda tienen todavía algún valor.