Esta semana se dio inicio a la carrera presidencial más corta que ha tenido el país. Nunca en tan poco tiempo se ha jugado tanto.
Desde 1990 hasta la fecha las elecciones fueron altamente predecibles. ¿Alguien pensó que Aylwin no ganaría? ¿O que Alessandri le ganaría a Frei? El susto de Lagos fue sorpresivo precisamente porque todas las encuestas consideraban que era una carrera corrida. Así, en las últimas siete elecciones, quien lideraba las encuestas un año antes ganó la elección.
Sin sorpresas. Sin rarezas.
Pero los que hace un año lideraban las encuestan ya no están con nosotros. Uno camina por la Gran Vía y el otro por la avenida Recoleta.
Así las cosas, nos enfrentamos a la elección más incierta desde aquella de 1970. Con candidatos que no lo eran hasta hace poco tiempo y con un país en el que ya no se discuten matices, sino que matrices.
Y el puntapié inicial se dio este miércoles con el debate presidencial. Debates que tradicionalmente solo sirven para afirmar a los propios, pero que en ciertos casos juegan un rol crucial, como fue aquel de Kennedy con Nixon en 1960.
De izquierda a derecha, la cosa fue más o menos así:
Eduardo Artés nunca debió estar. En la elección pasada se inscribió con 35 mil firmas y sacó 33 mil votos. Su campaña de 2017, con debates y franja electoral, le significó perder 2 mil adherentes. Es normal que existan candidatos marginales en los países, lo atípico es que les den tribuna. Pero en fin. Ahí estuvo, tratando de neoliberal a todo el mundo.
Gabriel Boric llegó liderando las encuestas y con los vientos del estallido social todavía soplando a su favor. Debía enfrentar dos cosas gruesas: no parecer un candidato que le falta experiencia ni parecer un destructor de sistemas. Dicho en simple: ni cabro chico ni radical. Y ambas cosas las sorteó bien. Premunido de una barba rigurosamente cortada y una chaqueta de vestir, argumentó bien, calmada y asertivamente. Les habló a sus distintos públicos, sin develar las barras bravas.
Yasna Provoste estaba ansiosa y nerviosa. Sin una estrategia clara. ¿A quién le habló? ¿Era la equidistancia entre Sichel y Boric? ¿Era quien tenía mejor experiencia para encarnar el programa de Boric? Su ensayado lapsus resultó mal y —para peor— se salió de sus casillas, algo que en cualquier manual parten por alertar. Lo del miércoles, al menos, fue un paso en falso.
Sebastián Sichel tampoco tuvo un mensaje claro. ¿Dónde estaba instalado? ¿Qué bandera quiso enarbolar? En la reciente elección de Madrid la candidata del Partido Popular tuvo un mensaje simple: “comunismo o libertad” y le dio muchos frutos. Sichel pudo haber hecho algo así, pero se dedicó al “a ti que me estás escuchando” y a repetir una serie de lugares comunes. El problema para Sichel es que representa a un sector que le dio la confianza no por afecto sino que por ser competitivo.
Jose Antonio Kast fue el único que lo pasó bien la noche del miércoles. Estaba dichoso y no debía hacer ningún cálculo con nadie. Le habló a la derecha ultraconservadora y pinochetista, que increíblemente sigue representando una porción importante del sector, e interpeló uno a uno a todos sus contertulios. El resultado fue positivo para él. Salió a buscar a los votantes de Sichel que lo tienen en el corazón y presumiblemente la pesca fue productiva.
En los que no estuvieron, no vale la pena detenerse. ME-O y Parisi representan tal vez la peor cara del populismo político.
La campaña está abierta, pero así como para las primarias hubo un gran movilizador que fue el voto anti Daniel Jadue, hasta ahora no lo hay. Lo que sí parece claro es que la decisión en muchos casos será de última hora.
Boric podrá seguir avanzando de a pasos cortos hacia el centro, porque por la izquierda no hay espacio. Artés es un candidato de parodia y ME-O un candidato desprestigiado. Todo habría sido distinto si la Lista del Pueblo hubiera seguido en alza y hubiera tenido un candidato. Pero pasó lo que pasó.
Yasna Provoste no podrá seguir esperando el error de Boric, y tendrá que salir a diferenciarse. El problema es que tampoco es garantía de nada. Ella contribuyó a demoler su domicilio político y hoy no tiene desde dónde anclar la equidistancia. Su candidatura parece condenada a tener que esperar, como decían las antiguas selecciones chilenas de fútbol, al “ojalá que se den las cosas”.
Sebastián Sichel deberá corregir el rumbo y mostrar rápidamente su diferenciación. Deberá intentar representar lo mejor de los 30 años, con un mensaje que alerte sobre el fracaso de las izquierdas del mundo. Si no lo logra, y la victoria de Boric parece incontrarrestable, una parte importante de su electorado preferirá perder con Kast. Al menos para sentirse tranquilos antes de dormirse.
Gane quien gane enfrentará a un país polarizado, en el que la racionalidad política ya no es más que una vieja foto en un estante y donde el espíritu refundacional de la Convención puede significar un complejo salto al vacío. Tal vez el único consuelo es aquella ironía de un viejo escritor español: “Felizmente, solo puede ser elegido uno”.