Naciones Unidas advierte de la situación desesperada que viven hoy los afganos. Más de un millón de niños están en peligro de pasar hambre, unos 14 millones de afganos no saben dónde obtener la próxima comida. El FMI pronostica una inminente crisis humanitaria. La situación política y económica es desastrosa, cuando se cumplió un mes de la toma de Kabul por los talibanes.
Estados Unidos tiene las manos atadas después de una retirada caótica, con miles de evacuados, pero dejando abandonados a decenas de miles que ayudaron a los norteamericanos durante 20 años. Con millones de mujeres que vuelven a una forma de sometimiento que creían haber superado.
El liderazgo talibán está dividido entre “moderados”, que aparentan cumplir los acuerdos de Doha, y aquellos que quieren imponer su autoridad como lo saben hacer, por medio del terror y la fuerza. Ninguna posibilidad de que cumplan el compromiso de formar un gobierno inclusivo, con todas las etnias y reconociendo el papel femenino en la política.
Quienes estaban antes en el poder, están derrotados y dispersos. Las cartas fueron echadas cuando Ashraf Ghani huyó de Kabul ante la llegada de los combatientes fundamentalistas a las puertas de la capital. El entonces primer ministro no quiso negociar ni compartir el poder con sus adversarios. Se negó, por meses, a aceptar la eventual derrota, confiando en sus fuerzas militares, formadas y entrenadas por Estados Unidos, porque nunca creyó que ese país finalmente se retiraría. Ese fue un error fatal.
Ghani no vio venir la debacle, no escuchaba consejos, ni reconocía su falta de liderazgo. Seguía tomando las decisiones de acuerdo a su conveniencia, sin ver las profundas divisiones que existían en su propio gobierno. Cuentan que unos días antes de que llegaran los talibanes, en una reunión con diplomáticos extranjeros, se tomó una hora para explicar, entre otras cosas, la agenda digital que pensaba implementar. Totalmente fuera de la realidad, mientras en Doha los talibanes negociaban su regreso y sus combatientes tomaban una a una las principales ciudades afganas.
Su error más dramático fue pensar que, como académico formado en el extranjero y exfuncionario del Banco Mundial, sabía cómo hablarles a sus contrapartes occidentales, sin prestarles la necesaria atención a los jefes tribales, familiares, de arraigadas costumbres. No estaba preparado para que lo dejaran solo.
Y ¿quién negoció en Doha? Otro afgano occidentalizado: Zalmay Khalilzad, que se jugó a negociar con los talibanes porque tenían poder de fuego y Washington había decidido no enfrentarlos. Ghani no quiso oírlo, y se apegó a su cargo, entregando así el país a un grupo extremista minoritario, que impone sus argumentos por medio de la violencia. Y hoy millones de afganos pagan las consecuencias.