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Editorial
Lunes 20 de septiembre de 2021
Juego de tronos en Argentina
Después de la debacle en las primarias argentinas, Cristina Kirchner tomó la ofensiva para imponerle al Presidente Alberto Fernández un cambio de gabinete, recordándole de paso que fue ella la que permitió que él llegara a la Casa Rosada.
La que se desató la semana pasada fue una crisis que no solo afectó a la coalición oficialista, el Frente de Todos, sino que presentó complejos alcances institucionales. Con la carta pública que enviara Cristina al Presidente, para algunos dio un golpe de palacio; para otros, simplemente explicitó que ella tiene el poder real.
En estos casi dos años de gobierno, Fernández siempre ha aparecido débil frente a las presiones del kirchnerismo, más radical y populista. Esta vez se resistió al cambio de gabinete exigido por Cristina, con Martín Guzmán, titular de Economía, encabezando la lista, y ella respondió haciendo renunciar a los ministros que le son cercanos.
Guzmán es el blanco de las críticas kirchneristas porque —según estas— el desastre electoral habría sido causado por la política económica. Para Cristina, el esfuerzo por controlar el déficit fiscal fue un “ajuste” que impactó negativamente en la actividad haciéndoles perder el apoyo popular.
En realidad, inflación, desempleo y más pobreza han sido la consecuencia de la pandemia en todos los países del mundo. En Argentina, donde el PIB cayó casi 10 por ciento luego de largas cuarentenas, que no frenaron la expansión del virus ni la alta tasa de muertes, con un proceso de vacunación lento y tardío, plagado de escándalos de favoritismo, ocurrió algo similar, pero con el agravante de que decisiones políticas, como las retenciones a exportaciones y el “cepo de la carne”, demoraron la incipiente recuperación, sin revertir ni la pobreza ni el malestar.
Sin embargo, para Cristina, eran Alberto y su equipo los que debían pagar el costo de la mala votación, que presagia una derrota en noviembre, la que les quitaría, si se repiten los números, la mayoría en el Senado y parte de los escaños de diputados. Sin embargo, muchos piensan que el verdadero interés de la vicepresidenta, más que la gobernabilidad, es su propia seguridad jurídica, de cara a los juicios por corrupción que enfrenta en varios tribunales. Fernando Laborda, columnista de la Nación, se pregunta qué quiso decir Cristina en su carta al Presidente con que “honre la decisión de ella”, y responde que se trataría de que “honre las maniobras tendientes a garantizarle la impunidad judicial”.
Aun así, Cristina suma a sus incondicionales —como su hijo Máximo, Alicia Kirchner y el gobernador Axel Kicillof— lealtades como la de la diputada Fernanda Vallejos, una economista del equipo de Amado Boudou, de quien se filtraron unos audios en los que arremete contra el mandatario, al que considera un “okupa” de la Casa Rosada, un “mequetrefe hipócrita, enfermo, ciego y sordo”, siendo Cristina la “representación de la voz del pueblo”, porque “por su boca habla el pueblo, no por la de Fernández o el pelotudo de Guzmán”.
En este ambiente de conflicto y fractura de la coalición oficialista, Alberto Fernández anunció al finalizar el viernes un cambio ministerial que mantiene a Guzmán en el gabinete, pero al doloroso costo de dejar partir a algunos de sus más cercanos, como el vocero Juan Pablo Biondi, apuntado directamente en su carta por Cristina. Otro cercano, el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, también debió dejar su puesto y asumirá como suerte de “consuelo” —dice la prensa trasandina— la Cancillería. Revelador es que el nuevo jefe del gabinete, el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, había sido explícitamente mencionado para esa función en la misiva de la vicepresidenta. En cambio, el kirchnerista con un puesto de mayor relevancia en el gobierno, el ministro del Interior, “Wado” de Pedro, se mantendrá en su lugar, pese a haber encendido la ira de los cercanos a Alberto por haber iniciado la operación de presentación de renuncias para presionar al mandatario.