Si alguien hace dos años hubiera planteado que Sebastián Sichel iba a ser el candidato presidencial de ChileVamos, lo habrían tomado por un loco.
Pero si Harold Wilson dijo alguna vez que una semana en política es mucho tiempo, dos años es una enormidad. Y en el Chile actual con mayor razón.
Así las cosas, Sichel se ha impuesto cómodamente y la pregunta que surge es cómo se explica este fenómeno.
¿Súbitamente la derecha se dio cuenta de que debe abandonar el conservadurismo valórico, el dogmatismo económico y el temor político para ir tras un candidato más de centro? Probablemente no.
Más bien la derecha se dio cuenta de que la realidad es demasiado dura. Y de que el riesgo es demasiado alto. Así, el temor a la izquierda, personificado en Daniel Jadue, cuyos rasgos mesiánicos, radicales y narcisistas lo convertían en un candidato a replicar las peores experiencias latinoamericanas, fue, por una parte, un movilizador de la votación y, por otra, un inclinador de la balanza hacia el candidato de los tatuajes.
El guion no es tan novedoso, por cuanto la derecha tradicionalmente ha votado —en Chile y en el mundo— en contra del candidato de izquierda de turno. Ha votado siempre por el candidato más competitivo, más que por el más representativo. Y esta vez no parece haber sido la excepción.
Así las cosas, el cálculo fue claro: Solo Sichel salía del molde clásico de la derecha. Solo Sichel era el competitivo. Solo Sichel sintonizaba un poco más con el nuevo Chile. De esta forma, nuevamente la centroderecha acudió a un ex-DC para enfrentar la elección. Como fue con Piñera, aunque en esta ocasión —al menos hasta ahora— produce menos atoros beber de ese cáliz.
La acusación de que Sichel se ha cambiado de partido, y por lo tanto no es confiable, no parece justa, porque el camino esboza una cierta coherencia. Estuvo en la DC hasta que se izquierdizó y en Ciudadanos hasta que se “acabó”, por lo que ha estado siempre anclado al centro político buscando lo que Maquiavelo describe como sentido de oportunidad. Así, la acusación de transfuguismo no tiene asidero. Pero el haber cruzado el Rubicon evidentemente que sus antiguos aliados no lo perdonan. Porque peor que el hereje siempre es el apóstata.
El triunfo de Sichel tiene dos explicaciones más. En primer lugar, un evidente carisma basado en una historia de vida interesante y con buen juego de piernas a la hora de afrontar las cámaras. Y en segundo lugar, una cierta fascinación de la derecha por el “candidato distinto”, como una forma de tratar de seducir al electorado. “Buchi es diferente”, “Golborne, el hijo del ferretero de Maipú”.
Si bien Sebastián Sichel ha sorprendido, generando cercanía con un grupo de votantes, lo une con una parte importante de su sector exclusivamente su capacidad competitiva. Y mientras logre mantener eso, conseguirá aunar a la coalición detrás de sí. No requiere hacer ningún gesto hacia la derecha dura. Ningún guiño hacia los votantes de Kast. No requiere poner una foto de Jaime Guzmán en su comando ni comprar una vieja edición de El Ladrillo.
Requiere seguir siendo competitivo. O al menos parecerlo.
Mientras ello ocurra, la fuga de votos hacia José Antonio Kast será muy baja. Porque si bien a un grupo grande de la derecha Kast le produce mariposas en la guata y una clara sintonía con sus convicciones (pinochetismo, conservadurismo, orden, etc.), el temor a la izquierda será siempre más fuerte. Boric no es Jadue, pero Boric es Boric. Y todo voto por José Antonio Kast será un voto perdido. Tal como ocurrió con el Rojo Edwards. Tal como ha ocurrido muchas veces.
Por el contrario, si comienza a flaquear su candidatura, si se equivoca como le pasó a Jadue, si se empieza a percibir que no tiene una opción real de llegar al poder, una parte de sus votantes se irá hacia Yasna Provoste en busca, ahora, de la segunda peor opción para que no gane la izquierda más dura, y otra parte de su votación se irá a José Antonio Kast, para “perder con las ideas propias”.
Así las cosas, Sebastián Sichel debe saber que la amplitud de su votación es alta, pero que la intensidad de ella es baja, lo que lo pone en un desafiante escenario de cara a la presidencial.
Quedan pocos meses para las elecciones y como nunca la campaña será muy decisiva. Ya vimos con Jadue que los errores pueden costar caros y a los candidatos que estarán en la papeleta les sobra carisma, pero les falta experiencia. Así las cosas, el escenario es particularmente incierto y el camino de Sichel, si bien es complejo, puede llegar a destino. Pese al estallido social. Pese a Piñera.
Pero la derecha con Sichel se está jugando mucho. Si lo hace bien, tiene la opción, al fin, de salir de las cuatro manzanas, salir de la trinchera y renovar su discurso. Pero si lo hace mal, tiene el riesgo de perderlo todo: las elecciones, la cohesión y la identidad.