Aunque el ordenamiento del montaje sea discutible, aunque el desequilibrio numérico de las obras mostradas resulte evidente, aunque los autores convocados correspondan a una selección que pudiera parecer antojadiza, el ambicioso propósito de mostrar un conjunto representativo de la historia del grabado en Chile ostenta valores indiscutibles. Empecemos por analizar, en el Centro Cultural La Moneda, estos últimos: la exhibición simultánea de gráfica del pueblo y arte infantil con sus respectivas diferencias capitales y un nombre nuevo valioso. Así, una colección de nuestra vigorosa Lira Popular —fines del siglo XIX y comienzos del XX— da cuenta, a través de blanco y negro, del encanto y la imaginación sabrosa de sus anónimos responsables. La frescura de su particular expresionismo, a la vez incisivo y candoroso, sabe interpretar a su manera intereses del vulgo de la época: crónica roja, festejos, sucesos políticos nacionales e internacionales, mitología campesina. Como buen arte popular, en general sus imágenes parecieran proceder de una misma mano.
De tiempo después —1972 y 1973—, los estimulantes talleres para niños de Eduardo Vilches en poblaciones marginales nos demuestran una gran diversidad de logros. Más allá de la gracia de su frescura inventiva, de su espontaneidad gozosa, de sus torpezas lineales, el arte exige niños dotados, cuya capacidad solo se halla en potencia. Y pareciera que esto recoge, en especial, las escenas impresas en Calendario de la Población Nueva Palena. Con entera libertad saben imponer aquí atractivo parejo con la naturalidad de sus deformaciones formales, con la capacidad de manifestar agudamente entorno y anhelos infantiles. Baste un solo ejemplo, el rincón de hospital con enfermo en camilla.
Una serie de trabajos de la década del 30, además de algunas de sus ilustraciones de libros, representa a Carlos Hermosilla, el conocido grabador y docente porteño. Mediante la tan adecuada xilografía demuestra la fuerza aplastante de su dibujo, su claroscuro tan marcado, el realismo social expresionista, las huellas del mural mexicano triunfantes por entonces. En sus manos, el acento trágico y beligerante proclama a su autor. Dentro del necesario orden cronológico que tratamos de establecer, vienen a continuación obras de los años 80. Pertenecen a dos artistas de miradas opuestas entre sí, Beatriz Leyton y Virginia Errázuriz, si bien ambas abogan por una positiva simplificación de formas dentro del conjunto expuesto. De la primera sobresalen, claramente, sus amplias ejecuciones sobre raso. Componen numerosas situaciones románticas de la vida familiar femenina, desarrolladas mediante una composición muy límpida y unitaria, en donde descuellan los ojos de sus personajes. Este grupo representa con mayor propiedad a la artista, antes que las fotografías de maniquíes, un tema bien explorado en aquel entonces.
En contraste con la totalidad de la exposición, tanto en número como en mirada, la muy exigua serie de grabados de Errázuriz se vierte por intermedio del minimalismo más extremo … y exquisito. Pero cuánto nos dice, visual y conceptualmente, esta esencia de gráfica. Le bastan tres rectángulos paralelos, sutilmente inclinados, y una delicada variación cromática sobre gran fondo virgen de cartón crudo “Hecho en Chile”.
Ya dentro del milenio presente, el chilote Daniel Lagos (1976) constituye la gran revelación. Sus hermosos relatos nocturnos —¡esos negros lustrosos!—, sobre todo en formatos dilatados, nos transmiten con plenitud su amor por el paisaje sureño, en el que sabe introducir con particular discreción la o las figuras humanas. Su verba más bien tradicional sabe impregnar cada visión de un dinámico lirismo vital. Al mismo tiempo, Lagos mantiene el temuquense Taller Cherkán. A la inversa, los dos participantes más débiles en el CCLM inician y concluyen el montaje. Uno es un nombre de conocida y atractiva trayectoria anterior, Lorena Villablanca. Sin embargo, la chillaneja hoy decepciona por su insistente reiteración de fantasiosas figuras monstruosas, que terminan por cansar, mientras sus volúmenes hacen una interpretación gruesa, vulgar de la noble cerámica de Quinchamalí. La iniciadora del recorrido, Virginia Vizcaíno (1945), por su parte, no logra integrar figuración y abstracción gestual. Sus resultados emergen, entonces, abigarrados, confusos.
Hecho en Chile
Variada concurrencia del grabado nacional
Lugar: Centro Cultural La Moneda
Fecha: hasta el mes de diciembre