Señor Director:
Agustín Squella, en una carta publicada ayer en esta sección, hace una clase magistral de lo que encierra el concepto “República”, a raíz del reemplazo de esta por el concepto de “plurinacionalidad” en el artículo dos del Reglamento de la Convención Constituyente.
Voces como las de Squella son fundamentales para contener la pulsión refundacional que se ha apoderado de muchos a partir del estallido del 18 de octubre. Ellos interpretaron ese malestar desde una hermenéutica revolucionaria y han intentado autodefinirse como los representantes de ese heterogéneo y vasto movimiento ciudadano que clamó por transformaciones, pero no por desmantelamientos.
Un grupo significativo de nuestras “almas bellas” y jacobinas se ha apoderado impúdicamente de la palabra “Pueblo” para constituir una Lista que —hoy ya sabemos— es un partido de facto que, además, en tiempo récord, ha repetido los mismos vicios y malas prácticas que están en el origen del malestar del pueblo de Chile con la élite política. Han revelado con ello que no querían cambiar las prácticas de la élite, sino ser ellos ahora la élite y con los mismos privilegios de esa élite defenestrada. Ni la palabra “pueblo” es propiedad de ellos ni la palabra “república” puede ser tirada al tacho de basura como si nada.
Ni siquiera para darse un gustito “simbólico”: todos sabemos que son gestos que apuntan a correr el “cerco de lo posible”. Me siento profundamente republicano y me siento agraviado por este acto refundacional, disfrazado de “una invitación a pensar Chile, en cómo se han hecho las cosas” —como declara Malucha Pinto, convencional de la lista de un partido de profunda raíz republicana, el Partido Socialista—. Si queremos de verdad “pensar” Chile y no deconstruirlo, deberíamos al menos saber que detrás de la palabra “república” hay una larga historia de luchas por la libertad en Chile, la democracia y el bien común, de muchas generaciones de héroes y mártires, desde el proceso de Independencia en adelante.
Si de verdad queremos “pensar cómo hemos hecho las cosas” lo primero a superar sería toda práctica de exclusión y sectarismo y prepotencia política (como las vividas en la dictadura de Pinochet) para no repetirlas, pero con signo inverso. Muchos de los que excluyen a la derecha de comisiones o audiencias públicas por “negacionistas”, son ellos mismos negacionistas de la violencia que ha afectado la vida de miles de chilenos anónimos, y algunos, además, negacionistas de dictaduras totalitarias de nuestro continente.
¡Qué impudicia y desfachatez la de levantarse como autoridades morales que deciden quién puede exponer en la Convención o no! Se pueden hacer reparaciones simbólicas de muchas maneras (a los pueblos que han sufrido abusos de antigua data), sin necesidad de desmantelar ni la república ni la democracia: a estas alturas, no me extrañaría que a alguien se le ocurriera colocarle un apellido a nuestra democracia, “directa”, por ejemplo (como lo hizo Pinochet, cuando la llamó “protegida”).
Mal haría nuestra izquierda democrática (activa participante en la construcción de la República) en avalar estos despropósitos, por “simbólicos” que sean. Estos “gustitos” refundacionales pueden provocar que una mayoría del país, que quiere cambios y potentes, pero no delirios refundacionales, pase de la esperanza a la decepción en relación con el trabajo constituyente. Agustín Squella, que para mí representa lo mejor de esa tradición humanista de izquierda, democrática y republicana, que ha luchado por la profundización de la democracia a través de reformas, pero no con su destrucción, ha sacado la voz. Ahora uno esperaría que otros dentro de la misma Convención, y de esa misma sensibilidad, se atrevieran a enfrentar y frenar estos gestos sobregirados, antes de que sea tarde. Su silencio puede hacerlos “cómplices pasivos” del desmantelamiento (o deconstrucción) “paso a paso” de nuestra república y democracia.
Cristián Warnken