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Editorial
Viernes 30 de julio de 2021
Emprendimiento y carrera presidencial
¿Se les permitirá a los emprendedores enriquecerse y que se genere desigualdad como producto de ese esfuerzo?
Tanto el cambio generacional que representan Gabriel Boric y Sebastián Sichel como la fuerza que tiene el emprendimiento en esas nuevas generaciones invitan a conocer sus aproximaciones al tema. Se trata de una actividad fundamental en las economías modernas, la que, adecuadamente estimulada, puede ser una fuente permanente de creación de riqueza y de empleo. De su dinamismo depende, a su vez, la capacidad de crecimiento del país en el futuro.
Por su naturaleza, la actividad emprendedora se basa en la iniciativa y el empuje de las personas para implementar proyectos productivos de diversa índole, estimulados por un ambiente que promueve y no restringe las opciones de proyectos posibles, que opera en mercados competitivos, con libertad de precios, en que el sector financiero —bancario o de capital de riesgo— cataliza su despliegue y permite su profundización, y en el que el “afán de lucro” es uno de los incentivos que empujan a sus participantes.
Como Sichel representa a los grupos políticos de centro y de centroderecha, identificados con la defensa de la iniciativa privada, de manera natural sus posturas resultan proclives al emprendimiento y a la creación de un entorno favorable a su desarrollo. Asimismo, su paso por la vicepresidencia ejecutiva de Corfo lo conectó con los emprendedores, sus demandas y herramientas de estímulo. Su programa considera un fuerte impulso a la inversión, al emprendimiento y a la innovación privadas, pero, junto con ello, está orientado tanto a promover la competencia como a evitar la colusión, factores fundamentales para el buen funcionamiento de los mercados.
Boric también ha manifestado su interés por el emprendimiento. Se ha reunido con asociaciones que lo fomentan, como Endeavour, y entre sus seguidores es posible identificar a contingentes de jóvenes emprendedores, algunos de ellos altamente exitosos. En su programa, esa materia está tratada en un capítulo que tiene el sugerente título de “Estado emprendedor”. Allí se indica que será el Estado el que dirija los esfuerzos en esta materia, impulsando innovaciones hacia sectores en los que “el sector privado no esté dispuesto o no sea capaz” de asumir riesgos, apoyado por el desarrollo estatal de parques científico-tecnológicos, innovaciones que luego podrían implementarse por privados, cambiando así la matriz productiva del país, de manera que se “promueva la sostenibilidad de la vida y el medioambiente, teniendo una perspectiva verde, feminista y descentralizadora”. Su financiamiento provendría de una Banca de Desarrollo. Finalmente, el Estado conduciría a los emprendedores a través de seis etapas, denominadas: “entender, acompañar, formalizar, financiar, apoyar y crecer”.
Esta suerte de conducción centralizada del emprendimiento, con una orientación predefinida por el Estado y un acompañamiento cuasi paternal del mismo, puede conspirar sin embargo contra dos elementos esenciales: la libertad de los agentes para imaginar sus proyectos en todas las direcciones posibles y el desarrollo de un empeño inclaudicable para asumir los riesgos involucrados.
Pero, dejando de lado aquello, el punto al que Boric deberá destinar sus mayores esfuerzos explicativos, si es que efectivamente cree en el emprendimiento y pretende impulsarlo con fuerza, es cómo compatibilizará ese discurso emprendedor con la permanente postura antiempresa que su coalición plantea. ¿Se les permitirá a los emprendedores enriquecerse y que se genere desigualdad como producto de ese esfuerzo? ¿Podrán operar estos en mercados competitivos, con precios libres, o estarán sometidos a reglas restrictivas desde el Estado? En otras palabras, si define a su programa como antineoliberal, pero proemprendimiento, ¿quiere decir que no es anticapitalista?
Se trata de una duda fundamental, esencial para despejar el tipo de economía que él concibe hacia el futuro.