Una idea “zombie” es una idea muerta que arrastramos con nosotros, sin darnos cuenta. Al cabo de cierto tiempo, la mayoría de nuestras ideas sobre la realidad terminan siendo cadáveres que llevamos sobre nuestros hombros y que nos pesan y nos cuesta mucho enterrar. La realidad es mucho más cambiante e inesperada que las ideas que construimos sobre ella. Solemos ser leales a ideas muertas. Hay líderes políticos que han sacrificado el destino de sus pueblos por esa lealtad: como Fidel Castro, que, ante el derrumbe de su “sostenedor” (la URSS), debió y pudo haber enmendado el rumbo, privilegiando la lealtad a su pueblo antes que la lealtad a una ortodoxia que, a esas alturas, comenzaba a oler mal. Los cadáveres de las ideas muertas terminan, tarde o temprano, por emitir un hedor insoportable.
Algo parecido pasó por estos lares, en que una élite política y empresarial “achanchada” intelectualmente, se aferró a un economicismo que sirvió en un momento para darle un impulso al país, pero no para entender al nuevo país que ese mismo impulso transformador había creado. Aislados dentro de su “verdad”, fueron incapaces de interpretar los signos de un país distinto, que tuvo que salir masivamente a la calle para hacerse escuchar. Fue impactante ver a un Presidente zombie, paseándose como un fantasma entre las ruinas de su proyecto político, después del “estallido”. Miren ustedes en qué estamos y las consecuencias que tiene el aferrarse a ideas muertas. Ellas nos dan la falsa sensación de seguridad, de estar pisando tierra firme, cuando en realidad muchas veces estamos parados sobre un volcán que puede estallar.
Un senador de la República acaba de acusar a una “nueva” izquierda (nueva por lo generacional, no tanto por lo ideológico) de estar llena de “ideas zombies”, inservibles para un siglo XXI desafiante, lleno de peligros nuevos como esta inesperada pandemia. El senador tiene en este punto razón: es cosa de leer con atención los programas y propuestas de la “nueva izquierda” para darse cuenta de que en gran parte hay más un refrito de ideas hechas (algunas obsoletas, otras no tanto) que una mirada renovada para un mundo cada vez más difícil de interpretar. Sus intenciones muchas veces son loables: reducir la desigualdad, emparejar la cancha; pero su caja de herramientas es añeja y su discurso es a veces “apolillado”. Hay que ver lo que le pasó a Jadue, una promesa de la nueva generación convertido en un hombre muerto caminando, cargando un montón de ideas periclitadas y derrotadas por la historia, un “zombie” de un Partido Comunista también zombie. Boric pareció traer una nueva respiración anímica e ideológica a una izquierda que todavía no asimila, con todas sus consecuencias, la caída del Muro de Berlín y la derrota política de 1973. Ello requiere mucha honestidad y libertad interior. Ese es el Boric con los brazos abiertos sobre el árbol de Punta Arenas, haciéndonos aspirar bocanadas de aire puro austral; pero luego, en algunas de sus intervenciones en los debates y entrevistas, uno percibe su alma dividida, zarandeada por algunas de las ideas “zombies”, de las que a la izquierda le ha costado tanto desprenderse. ¿Cuál Boric triunfará: el de los brazos abiertos a lo abierto o el del puño cerrado y militante?
Chile necesita líderes con la flexibilidad de una caña de bambú (la imagen es taoísta) para resistir las tempestades de los tiempos que vienen, y el coraje para pensar ideas nuevas. Eso requiere, claro, mucho trabajo y tiempo reflexivo, no conformarse con un par de consignas de Twitter y de saludos a la bandera (vieja y gastada bandera). Sí, el senador Girardi tiene razón: aunque sería bueno que él también reconociera su apego a prácticas “zombies” de la política, que tanto daño le han hecho a nuestra democracia. Lo que menos necesita Chile en estos días difíciles es autocomplacencia, de izquierda o de derecha. La autocomplacencia es terreno fértil para las “ideas zombies”.