Parecen haber algunas cosas resueltas a estas alturas del campeonato. Por ejemplo, que Wanderers necesita de un milagro, que no pasará por tener un cuarto técnico a apenas doce fechas de iniciado el torneo. Concretamente, no parece haber puerta de salida para esa crisis, pero el año pasado La Serena estaba igual. Casi igual.
Pocos entendimos la aventura de Martín Palermo al tomar Curicó. El “Titán” se hizo cargo de una aventura en un club que pensaba en cosas grandes —los torneos internacionales—, pero a poco andar debió batallar con las desventuras del descenso. El año pasado zafó apenas, pero persistió en su afán sin muchas armas, por lo que no extraña su tempranero adiós.
El torneo está apretado, muy reñido. Y en esa lógica se entiende que los dos últimos triunfos de la U sirvan para elevar las expectativas, por más que el soñado afán del protagonismo se vea aún lejos. Los azules de Valencia batallan, luchan, juegan con los dientes apretados y se encomiendan a Joaquín Larrivey, pero están lejos de colgarse el cartel de favoritos simplemente porque nada parece cuadrar en su juego, aun ante rivales muy modestos.
Si creí entender bien, para Gustavo Quinteros, siempre ansioso de ver crecer el plantel de Colo Colo, la partida de Martín Rodríguez fue un golpe duro. Irremplazable, dijo. Y deslizó que fue un contrato mal hecho, lujo que puede darse porque los errores cometidos por la directiva anterior fueron demasiados y muy profundos. Obviando, claro está, que los dirigentes siguen siendo los mismos, ordenados de otra manera. Las cláusulas de salida son frecuentes en el fútbol chileno —el mismo Quinteros se vio beneficiado por ese sistema—, pero habitualmente favorecen a quienes están con el ojo puesto en el mercado para saltar a medios más competitivos.
Junto con Rodríguez se fueron Matías Dituro, Angelo Henríquez, Augusto Batalla, Rodrigo Holgado, Pablo Parra, Tomás Alarcón y varios más que fueron interesantes cartas en el primer semestre. Y falta para que abra la ventana de mercado que permitirá sustituirlos, ya casi en septiembre, lo que supone una apuesta mayor.
Es el sino del fútbol chileno, que tendrá a la Universidad Católica concentrada en el torneo en esta parte del año, convertida siempre en el principal candidato, por más que Poyet no termine de convencer en un equipo que ha gustado más en el plano externo que en el local y que sigue arrojando dudas de su cohesión interna.
Tras jugarse un tercio del torneo, ronda la sensación de que no hay propuestas novedosas, que ofensivamente a todos les cuesta mucho y que más vale no compararnos, porque el pesimismo aflora con facilidad. Nadie entusiasma y varios ni siquiera convencen, a diferencia del año pasado, cuando hubo varias rachas que alimentaron la ilusión (¿se acuerdan de la Unión, La Serena, Palestino, O'Higgins?). Por ahora, hay poco de qué aferrarse.