Hace unos días, la ANFP anunció una nueva demora en el reinicio de las competencias juveniles en Chile, estimando que recién podrían retornar a comienzo de septiembre, justo cuando se cumplan dos años de inactividad por culpa de la pandemia y también por la incapacidad económica (y el interés) de los clubes para cumplir con las exigencias sanitarias que demanda el regreso de los campeonatos de cadetes.
Luego del anuncio, varios entrenadores con experiencia en el fútbol formativo advirtieron en estas páginas sobre los “irreparables perjuicios” del congelamiento de los torneos para las futuras generaciones.
En ese alarmante contexto, una federación que entiende que los aficionados son su mayor patrimonio, espolearía a los entrenadores que encabezan el fútbol de menores para que expliquen el problema, sus alcances y, lo más importante, que profundicen sobre cómo están reduciendo sus lesivos efectos en las categorías que dirigen.
Pero no. Los técnicos que deberían llevar la voz cantante en ese necesario debate, se excusan de comentar lo que ocurre “por disposición de la ANFP”.
Hace una semana, los árbitros César Deischler y Eduardo Gamboa fueron “suspendidos indefinidamente” por la Conmebol debido a un error gigantesco mientras operaban el VAR en el partido entre Cerro Porteño y Fluminense por la Copa Libertadores.
Qué duda cabe: equivocarse con el monitor al frente es mucho más criticable que errar en la cancha. Y mucho más revelador también, porque en Asunción no solo fallaron Deischler y Gamboa, sino que también la instrucción VAR que reciben de sus profesores en Santiago.
Lo mismo: en una asociación seria, el máximo responsable del referato local, Jorge Osorio, debió salir espontáneamente a comentar sobre la instrucción que están recibiendo sus pupilos. Y que está en entredicho desde que asumió la testera del comité arbitral: por la forma como llegó y porque luego de descabezar el equipo de profesores en los que más recursos invirtió el fútbol chileno para el desarrollo del VAR —que lideraba Enrique Osses, hoy director de instrucción del sistema televisivo en la federación mexicana—, existen fundadas sospechas que decreció la expertiz técnica y por defecto la calidad de la enseñanza.
El punto es que Osorio no salió a dar la cara. Al revés: bajo el alero de la ANFP explicó que “no estaba hablando esta semana”.
Puro silencio y ocultamiento, una marca de la asociación desde sus peores tiempos, y el alimento de la desconfianza hacia su gestión y hacia quienes la gobiernan.
Los ejemplos se multiplican. Recién se conoció por interpósitas fuentes, nunca por la oficial, que Quilín declaró desierta la licitación de los derechos televisivos de la selección para las próximas eliminatorias, debido a que el único interesado —la firma española MediaPro— ofreció una cifra muy inferior a la estimada: menos de la mitad del dinero que pagó por los derechos de las clasificatorias para Qatar (US$120 millones).
Contraviniendo incluso la recomendación de algunos clubes, Quilín decidió adelantar la venta de esos derechos en su desesperación por generar ingresos ante las significativas pérdidas de la gestión 2020 (sobre los US$ 2 millones) y que probablemente se replicarán en el ejercicio contable de 2021.
El problema es agudo y las consecuencias, insospechadas: nadie sabe muy bien en qué fondo puede terminar la caída libre de las finanzas del órgano rector. Pero sí se sabe que no será la ANFP la que las informe y las comente: esta semana no están hablando ahí. Y la próxima tampoco.
Felipe Vial
Editor de Deportes