Señor Director:

En el último tiempo, José Joaquín Brunner ha venido escribiendo lúcidamente sobre la circulación de las élites. Según el sociólogo, la democracia es “quizá el único régimen político que actúa como un estímulo para la renovación de las élites”. El régimen democrático sería entonces una competencia entre élites políticas por el favor del electorado y la autorización para gobernar. Nos hallamos, decía Brunner —solo algunas semanas atrás—, “en pleno proceso de recambio de la élite política de los últimos treinta años”, preguntándose si acaso esa renovación ocurriría dentro de las reglas y procesos institucionales formalmente aprobados o se impondría desbordándolos. Entonces, la segunda posibilidad no parecía del todo descartable.

La impecable elección del domingo, y sobre todo sus resultados, despeja la duda y aleja el fantasma de la ingobernabilidad. Vaya renovación de la élite política la que se ha producido a diestra y siniestra. Podríamos decir, parafraseando el título de una de sus columnas, que son las astucias de la democracia, que de tanto en tanto hace la magia de la que ella se espera.

Nunca más oportuno que en un tiempo cuando la gobernabilidad democrática, y el Estado de Derecho que le es consustancial, pasan por no pocos aprietos. Los efectos de una elección ejemplar, otra más en un año recargado, nos devuelve el alma al cuerpo.

Claudio Hohmann