Esta frase de Boric la noche del triunfo sintetizó la jornada. Diecinueve años lo separaron de su contendor en la primaria; a Sichel, el otro vencedor, 22. Los electores no tuvieron miedo. Empujados por los jóvenes, se identificaron con la biografía, energía y lenguaje de los ganadores. Ante esta avalancha, poco podían hacer Jadue y Lavín. A pesar de su fidelidad al guion, la campaña reveló que son personajes de otra época. El cambio viene con una nueva generación.
Las victorias de ambos fueron verdaderas proezas. Boric encabeza una fuerza política, el Frente Amplio, que no ha tenido complejos de incorporarse a la vida institucional, adoptando compromisos tan difíciles como el del 15N. En pocos años ha logrado conquistar posiciones de poder claves, y hoy tiene elevadas posibilidades de alcanzar La Moneda. En ella se aglomeran las grandes corrientes culturales de nuestra época: el ecologismo, el feminismo y la descentralización. Esto genera gran identificación (y un entusiasmo) entre los jóvenes, rompiendo con las fronteras sociales e ideológicas tradicionales, y le provee una robusta densidad intelectual. Esto se acentuó en la contienda con Jadue. Su prepotencia ante los periodistas, su condena del estallido social en Cuba, su examen de pureza a sus viejos aliados, su insinuación de establecer un control sobre la prensa; todo esto hizo que emanara de él un cierto hedor totalitario incompatible con las aspiraciones de una democracia y una sociedad complejas.
Lo de Sichel fue aún más titánico. No tiene partido, no emerge ni representa movimientos sociales y culturales protagónicos, posee una trayectoria política que lo condujo a ser parte de este gobierno. Pese a esto, apelando únicamente a su biografía personal, derrotó a Lavín. Le pesó a este su condición de UDI, como a Jadue la de comunista. No bastó con su astucia para leer los signos de los tiempos y adaptarse. Con veinticinco años menos y un carisma virginal, Sichel se irguió como una alternativa de cambio más genuina que Lavín y el resto de sus competidores. Esto conquistó a un elector de centroderecha que, en materia de candidatos, nunca ha hecho demasiado asco al personalismo.
¿Qué viene ahora? Boric cuenta con el Frente Amplio, que ha demostrado ser un “unicornio” en materia de productividad electoral. Cuenta también con la fuerza de una generación que ya es influyente en el mundo de la academia y la cultura, y que ve en esta elección la oportunidad de alcanzar el cielo por asalto. Deberá incorporar al PC, cuidando que este no ahogue su frescura o inhiba el acercamiento al vasto electorado de la izquierda. Boric puede hacerlo. Tiene a su favor un liderazgo más coalicional que profético, que no teme a las dudas y a las contradicciones, y guarda respeto por el pasado. No sería raro, eso sí, que otra vez deba imponerse a sus partidos, más proclives al mesianismo.
Sichel la tiene más difícil. Tendrá que restablecer todos los puentes posibles con sus orígenes y marcar distancia con la derecha tradicional y el Gobierno. Todo esto, sin resentir el respaldo de unos partidos que, aunque dañados, son indispensables, especialmente ahora, cuando estén desplegados en terreno, abocados a la elección parlamentaria.
Las primarias dejaron varios derrotados, pero nadie más damnificado que las candidatas de Unidad Constituyente, privadas de participar en un evento democrático que alcanzó dimensiones épicas. Boric estrecha el espacio de Narváez y Sichel el de Provoste; y aunque tienen el plus de ser mujeres, carecen del desplante renovador de sus contrincantes. Lo único que podría reponerlas en el escenario es un acontecimiento dramático, como un mecanismo abierto para definir la candidatura común. Si las fuerzas que las apoyan no son capaces de convenirlo, mejor les vale pasar y apostar por la juventud.