Que la derecha pasa por un mal momento es uno de los raros consensos en un país que pareciera no querer tener ninguno. En ella (por desgracia, no solo en ella) se hacen evidentes elementos que hablan de una descomposición política: “cuchillos largos”; ajustes de cuentas; personalismos. Lo anterior no equivale a afirmar, como creen algunos de sus adversarios, que esté derrotada, pues —¡cuidado!— ella es mucho más que partidos. Sin embargo, esa fuerza hoy aparece desorientada, cometiendo una equivocación tras otra.
La historia castiga duramente a los que siempre llegan tarde. La derecha en el debate constitucional es un ejemplo. La reforma de la Constitución pudo haber sido encarada hace diez años, incluso haber acogido el debate propuesto por la Presidenta Bachelet en 2016. En 2018 aseguró ¡no habrá reforma! Pero en 2019 debió sumarse a un acuerdo para abrir un proceso político que diera salida a un gobierno muy debilitado, con 20 estaciones de metro incendiadas y la policía sobrepasada. Un grupo minoritario, encabezado por Desbordes, Lavín y Larraín Matte, se sumó a la apertura; pero el sector duro luego retrocedió, calificó a Piñera como autor de una traición y forzó un plebiscito de entrada, lo que equivalía a plebiscitar la Constitución del 80. Un caso insólito de alguien que obliga a una confrontación donde tiene asegurado un fracaso abrumador. Se advirtió: el “Rechazo”, siendo legítimo, es imprudente. El resultado fue un fiasco monumental: 80 a 20. Entonces levantaron una política de veto: no habrá un texto sin nuestro acuerdo. “Vamos a ganar 3-0 (...), vamos a conseguir 1/3 de los constituyentes”, dijo el vocero del Gobierno. El país no solo les negó el tercio, sino que les asignó un magro 23 por ciento.
Tras derrotas tan abrumadoras —en mayo la más baja votación que haya obtenido en 55 años—, un análisis racional hacía suponer el reconocimiento del error. No fue así; se rehuyó el debate por la vía de cambiar el diagnóstico. No somos nosotros, sino que es el país el que se ha equivocado, dejándose arrastrar a una situación prerrevolucionaria, a una insurrección que tiene a la república al borde de caer en manos del comunismo o, peor, de “la Lista del Pueblo”. Ese escenario —el de la espera del inminente asalto al Palacio de Invierno o de la Toma de La Bastilla— es el más funcional a los conservadores. Las fortalezas sitiadas viven en un clima de miedo que conduce a suspender el debate racional y es caldo de cultivo de discursos y políticas extremistas. La historia es pródiga en ejemplos de grupos a los que el temor al desorden social desequilibró su juicio y les llevó a perder imparcialidad para analizar su situación y la del país. Un columnista de derecha describe la instalación de la Constituyente como plato de “locos con leche condensada”; otro, más solemne, anuncia que estamos en un tobogán que “nos devolverá a la América Latina de la pobreza, los cuartelazos, la violencia como método de acción política y el odio…”.
Ciertamente no es la derecha, en su integridad, ni el único ni el principal escollo en la construcción de acuerdos que permitan el éxito de la Convención. Pero sí lo es su sector dominante —el del “Rechazo”, el “veto” y el “desalojo”— que ahora invita a comer “locos con leche condensada” y a validar como real que estamos en un tobogán del odio y el cuartelazo. No se cuestiona su prerrogativa a sostener esas ideas; pero se pide asumir que ese diagnóstico la condena al aislamiento y hace imposible encontrar puntos de contacto con aquellos liberales, socialdemócratas, democratacristianos, frenteamplistas e independientes cuyas posiciones equilibradas no encajan en la idea de una nación al borde del abismo.
En la compleja situación del país —donde conviven el miedo y la esperanza, la racionalidad y la provocación—, tendríamos una perspectiva mejor con una derecha más liberal y dialogante. Sin embargo, eso no se advierte, aunque, curiosamente, esa falencia ocurre en un momento en que intelectuales y centros de pensamiento vinculados al sector se destacan por su calidad, disputando un campo que era un coto de caza del centro y la izquierda. Pero sus partidos, en vez de escucharlos, muestran una atracción fatal hacia diagnósticos equivocados, temores irracionales, ideas añejas.
Genaro Arriagada