Mañana se inicia todo. En medio de una enorme expectación, a las 10.00 horas sesionará por primera vez la Convención Constitucional. Aún con todas las definiciones pendientes, lo que ocurra ahí no será un trámite. Las señales serán claves y —lo más importante— se podrá ver cuál es el espíritu que primará. El republicanismo, el espíritu refundacional, el espectáculo, la amistad cívica, la violencia verbal o todas las anteriores.
Tal vez lo más relevante será ver si hay voluntad de respetar el mandato que los chilenos le han dado, una función establecida con reglas claras, o se intentará tirar el mantel desde el inicio.
Todo eso lo comenzaremos a ver mañana. Porque en esto, los primeros minutos pueden marcar el resto del partido.
Representantes de los pueblos originarios han exigido el reconocimiento de su cultura y tradiciones, en lo que —señalan— sería un anticipo de lo que debiera plasmarse en la nueva Constitución. Otros constituyentes han demandado la eliminación de medidas de seguridad en torno al edificio del ex-Congreso, advirtiendo incluso que, de producirse incidentes entre la policía y manifestantes, la ceremonia de instalación debiera suspenderse.
Los constituyentes más radicales, de la misma manera, están adjudicándose un poder que nadie les ha conferido, bajo la idea de que son ellos quienes representan la voluntad popular. Con la amenaza de nuevos “estallidos” y llamados a rodear la Convención, intentan controlar lo que allí ocurra.
Pero más allá de lo que intenten exigir grupos minoritarios, el aspecto central es ver lo que ocurra con la “mayoría” de los convencionales: si se respeta el mandato conferido en el plebiscito o si se intenta establecer que la Convención Constitucional es un órgano donde se despliega “la voluntad del pueblo” y donde, por lo mismo, no debe tener ninguna sujeción.
Ahí estará la clave de todo.
El escritor Gustave Flaubert describió un período particular de la historia en el Imperio Romano: “Los antiguos dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía: de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”. Siguiendo esa lógica, no son pocos quienes quieren dar por muerta la nueva Constitución y se buscan arrogar la creación del nuevo Cristo, por lo que no deben estar sujetos a nada. Son quienes piensan que los diputados y los senadores ejecutarán una voluntad que el pueblo ya ha desechado, mientras que ellos portan la virtud constituyente que reemplazará todos los males que encarna la Constitución del 80.
Pero la realidad es la inversa. El poder de los nuevos constituyentes viene precisamente de las reglas existentes. Y les fue dada gracias a los propios parlamentarios.
Por eso, todo lo que veamos mañana tendrá una significación. Cuántos, quienes y cómo.
Evidentemente existe el riesgo de que los constituyentes terminen por tergiversar el sentido del proceso que se inicia. Al menos, la postergación del proceso permitirá que el nuevo Congreso y el nuevo Presidente sean elegidos durante la Convención, con lo cual encarnarán la versión más actualizada de la voluntad popular, cosa que no habría ocurrido si el covid hubiese permitido las fechas originales, donde el viejo Congreso y el presidente habrían convivido durante todo el proceso.
Mañana se inicia todo. A las 10.00 comenzaremos a ver si la promesa que motivara a millones de chilenos a votar Apruebo en el plebiscito de octubre pasado se respeta, y al menos se declara como aspiración el que exista una Constitución que encarne la “casa de todos”. Porque el reconocimiento de la pluralidad es una de las bases del proceso, en la medida que el objetivo final de este es la construcción de un sentido de comunidad política donde todos puedan participar en igualdad.
Mañana se inicia todo. Tal vez lo primero que habría que hacer es mandar a poner un letrero con lo que un viejo constitucionalista francés dijo hace muchos años: “Una Constitución no puede por sí misma hacer feliz a un pueblo. Una mala sí puede hacerlo infeliz”.