En las recientes elecciones, las mujeres privadas de libertad no estuvieron en ningún discurso, ni lo están hoy en los de las campañas presidenciales. No son universitarias en busca de épica y por eso ningún político las nombra. Tampoco son parte de la agenda, nadie marcha por ellas ni pide su indulto. Si bien cometieron un delito, y nada justifica lo que hicieron, sus únicas consignas políticas son el hambre, la desesperanza y la marginación. Lo anterior me hace reflexionar sobre lo que hoy es mi preocupación primordial: un país más justo y mujeres libres.
Las mujeres privadas de libertad comienzan su condena antes de entrar a la cárcel. Sus derechos humanos han sido vulnerados desde la cuna. La cárcel es solo la mitad de la condena, que se extiende aun estando en libertad, dadas todas las barreras que encuentran posteriormente para intentar insertarse. Tener antecedentes en nuestro país es un estigma marcado a fuego en la frente de quienes han estado privados y privadas de libertad, que limita trágicamente tanto sus posibilidades de conseguir trabajo y desistir del delito como las oportunidades de participación social. No es fácil encontrar en ellas la fuente de la “maldad” que merezca tanto castigo, cuando en muchos casos entraron al delito debido a la pobreza y para mantener a sus hijos.
Según el “Estudio de Reinserción, Desistimiento y Reincidencia en Mujeres Privadas de Libertad en Chile”, de la UC, el 89% de las privadas de libertad de la muestra declara ser madre con un promedio de tres hijos, cuyo cuidado al momento del ingreso a la cárcel fue mayoritariamente relegado a los abuelos, otros familiares y en tercer lugar a la pareja. A su vez, el 44% de las mujeres proyecta, previo a la salida, que tener dinero para mantener a sus hijos será difícil o muy difícil, y un 27% señala que retomar su relación con los hijos ha sido muy complejo.
Como Fundación Mujer Levántate llevamos 12 años apoyando a muchas mujeres privadas de libertad a través de un programa intra y post penitenciario. De las mujeres que han participado, solo el 6% tuvo una nueva condena. Esto se compara con el 38% de las mujeres egresadas de la cárcel, que a los dos años están de nuevo condenadas.
Estamos convencidos y convencidas de que no hay que sacar de la calle a quienes cometen delitos, hay que evitar que lleguen ahí, hay que corregir las desigualdades y reservar las cárceles para aquellos casos realmente justificados. Somos el segundo país de la OCDE con mayor tasa de encarcelamiento por cada 100 mil habitantes, solo superado por EE.UU.
Llegó el momento de cuestionarse la cárcel como respuesta social, particularmente en el caso de las mujeres, de las cuales la gran mayoría están privadas de libertad por delitos asociados a la Ley 20.000 (microtráfico): los llamados delitos de pobreza. Debemos ponernos creativos y mirar experiencias internacionales que han implementado formas alternativas a la cárcel para cumplir estas condenas. Esto es válido en general, pero particularmente para las mujeres que están embarazadas o son madres de niños y adolescentes. Una mujer que llega a la cárcel viene tres veces condenada: una es la condena del tribunal; la segunda, la condena social, y la tercera, la más cruda y dolorosa, es la separación de sus hijos e hijas, porque a esto hay que agregarle la culpa que sienten por esta situación.
Llamamos a todos los poderes de nuestra patria a que no olvidemos a las mujeres, su privación de libertad es responsabilidad del Estado y de toda la sociedad.
Cuando el Papa Francisco nos visitó en la cárcel, nos dijo: “Todos sabemos que muchas veces, la pena de la cárcel puede ser pensada o reducida a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. La sociedad tiene la obligación de reinsertarlas a todas. Y eso métanselo en la cabeza y exíjanlo… Estos espacios como la Fundación Mujer levántate, que promueven programas de capacitación laboral y acompañamiento para recomponer vínculos, son signo de esperanza y de futuro. Ayudemos a que crezcan. La seguridad pública no hay que reducirla solo a medidas de mayor control, sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad”.
Y terminó con sus palabras: “Ustedes han perdido su libertad, pero no su dignidad”.
Hna. Nelly León
Presidenta Fundación Mujer Levántate