Es muy difícil lograr una democracia estable sin un sentido de nación. En cualquier país, si no hay conexión con un destino común, se reducen las razones para esperar respeto por los resultados de una elección democrática, que por definición es entregar confianza y poder a otros —que no conocemos personalmente— para que decidan sobre políticas que nos afectarán a todos. Ser representados implica un acto de fe, poner confianza en que los elegidos harán lo mejor por nuestra nación compartida. Eso solo funciona si nos sentimos parte de un futuro común, de una patria.
Si la identidad nacional no se siente, si no existe un sustrato común o un sentimiento de comunidad, los conflictos —que existen en todos los conglomerados humanos y son parte de la vida en sociedad— pueden llevar a tensiones peligrosas y a un ambiente tóxico de desconfianza, con deterioro de nuestras vidas todos los días. La esencia de la democracia consiste en poder depositar responsabilidad en otros a quienes entregamos, vía elección, un rol que nos incumbe a todos.
En el caso de los constituyentes elegidos para redactar nuestra Constitución, aunque representen diversas sensibilidades, pueblos originarios y líneas ideológicas, finalmente todos deberían sentirse parte de Chile. Ellos simbolizan algo más grande que su sector político, sus convicciones doctrinarias o la identidad étnica. Al redactar una Constitución, representan a la comunidad completa formada por cada uno de los que vivimos en Chile. De lo contrario, puede fracasar su desafío enorme de establecer un pilar pétreo, un cimiento fundamental que nos vincule sólidamente a todos los chilenos.
Por eso estoy convencida de que los conceptos de democracia y nación van unidos. No se trata de propiciar nacionalismos que, llevados al extremo, predisponen al odio contra otros. La idea de nación supone que, a pesar de las muchas diferencias que nos dividen a los chilenos, nos debería unir el sentido de un destino común. En un ambiente tan globalizado, está comprobado que las personas se sienten muy solas como ciudadanos del mundo. La nación es la que da un sentido de pertenencia; sin eso, la democracia no se consolida. No existe algo así como una “democracia global”. Democracia implica sentir que elegimos nuestro sistema, para nuestra nación.