El anuncio fue sorpresivo. No lo sabían los ministros. No lo sabían los jefes de los partidos de Chile Vamos. No lo sabía el Segundo Piso. No estaba en el discurso que se entregó previamente a los medios de comunicación. Solo la versión “final final”, en una custodiada carpeta, contemplaba aquella frase de que “ha llegado el tiempo de aprobar el matrimonio igualitario”.
Por cierto, propiciar el matrimonio igualitario es una muy buena noticia para Chile y para todos quienes creen que el Estado debe tener un rol neutral y que deben ser las personas las que decidan sus proyectos de vida. Pero el tema es otro.
¿Qué trató de hacer Piñera? ¿Qué refleja esta maniobra?
Hay cinco opciones:
La espuria: Piñera intentó hacer una treta para perjudicar a Lavín por su apoyo a los 10% y de esa manera favorecer al “candidato de La Moneda” Sebastián Sichel. Al mismo tiempo, se logra crear venganza por el poco apoyo que ha obtenido de su coalición en su mandato.
La comunicacional: Después de meses y meses de críticas feroces, algunas justas y otras completamente injustas, Piñera intenta levantar un cometa Halley o una virgen de Villa Alemana para desviar la atención y cambiar la agenda.
La convencida: Después de reflexionar largamente, y de un largo proceso de discernimiento, el Presidente se convenció del derecho de cada persona a diseñar y ejecutar un plan de vida a través de lo que considere lo mejor para ella.
La oportunista: Piñera tiene certeza de que el matrimonio igualitario será, en el corto plazo, una realidad de todos los países occidentales y, por lo tanto, se adelanta para ser él el que pase a la historia. Como se registra la firma presidencial en el voto femenino o en la separación Iglesia y el Estado.
La moderada: La trayectoria política de Piñera ha sido marcada por la moderación: contrario a la dictadura, partidario de los acuerdos con la Concertación y, en el estallido social, diálogo y no militarización. Así, este sería un paso más en la lógica de anclarse al centro.
Probablemente —en mayor o menor medida— estén presentes los cincos ingredientes, en un plato que terminó de indigestar a los suyos. Incluso a quienes eran partidarios del matrimonio igualitario.
Así, este episodio se transformó en un capítulo más del aislamiento de La Moneda y marca, tal vez, el divorcio total de la coalición oficialista con el Gobierno.
Al mismo tiempo, da cuenta de la severa falencia que ha experimentado Piñera en su capacidad de liderazgo. De cierta forma, tampoco lo logró en su primer mandato, pero la ruptura de ahora es más fuerte y radical. Algunos culpan a la imposibilidad de hacerlo con el actual régimen presidencial. Mal que mal, también le pasó a Bachelet. Otros culpan a las redes sociales. Otros, al fin del binominal que no ordena las coaliciones. Otros culpan a los matinales. Y probablemente, nuevamente, haya un poco de todos los anteriores.
Tal vez aquello que Platón dice en “La República” que el buen líder no pide serlo, ni ruega a los demás que se sometan a su liderazgo (sino que, por el contrario, son los demás los que voluntariamente piden al líder que lo sea), ha quedado atrás en la Historia.
Pero el problema es que Piñera termina su gobierno en una gran soledad. Y, lo que es peor, el proyecto de matrimonio igualitario termina siendo equivalente a la frase de los “cómplices pasivos”, es decir, en vez de centrar a la coalición la termina polarizando. Así, lejos de liderar una “nueva derecha”, como alguna vez se propuso, termina apedreando a la vieja derecha. Así, lejos de ayudar a la coalición de gobierno a enfrentar las elecciones que se avecinan, le suma un nuevo problema.
El proyecto de matrimonio igualitario es una muy buena noticia para Chile y para la defensa del ideario liberal. A Piñera le significará un par de líneas en los libros de historia, pero a Chile Vamos le significará una grieta profunda en una coalición que ya exhibía severos daños estructurales. Y a la relación entre ambos, simplemente el quiebre final.