En el prólogo de esta película, la hermana y la sobrina de Tae-gu (Uhm Tae-goo) son asesinadas en un choque callejero. Tae-gu, pandillero de la mafia Yang, es informado de que la orden la dio el presidente Doh, jefe de la más poderosa Bukseong, una especie de multinacional del crimen. Y Tae-gu encuentra la ocasión para acuchillarlo, con lo cual debe ahora esfumarse. Esto dura 18 minutos.
Tae-gu viaja a fondearse a la isla Jeju, a la granja de Kuto (Lee Ki-young), un traficante de armas que vive con su sobrina JaeYeon (Jeon Yeo-been). La joven es una tiradora experta, una rebelde mal hablada y una especie de reflejo del destino de Tae-gu: tiene una enfermedad terminal (nunca se dice cuál) que la condena a una muerte próxima.
Esta es la mafia coreana que el cine ya ha hecho familiar: circula en grandes grupos, usa ternos oscuros y privilegia los bates y los puñales. No tiene límites en la crueldad. Y la Bukseong quiere ejecutar en este caso una venganza ejemplar.
A partir de aquí el relato alterna entre la evolución cada vez más adversa de los hechos en Seúl y las relaciones de Tae-gu con sus anfitriones en la isla Jeju. La convergencia se hace más dura en cuanto la isla tampoco resulta ser un lugar tan seguro. La tragedia —¿qué otra cosa podría ser?— se convierte así en el encuentro entre dos personajes terminales, el disminuido pandillero Tae-gu y la insolente Jae Yeon. Los dos tienen para ofrecerse una lección ambivalente: la vida vale y no vale.
El cineasta Park Hoon-jung tiene esa inclinación por la violencia ultra sangrienta que es la marca del cine negro coreano y la administra con eficacia parecida a la de otros de sus connacionales. Pero tiene también algo más triste, más fatalista, más melancólico.
Su idea de la nocturnidad a veces se carga del lugar común, pero más a menudo consigue transmitir la idea de que una noche es más honda cuando no se sabe si habrá un amanecer, puede rodear a la sombra de la muerte con un halo romántico, el tipo de poesía que vislumbra un destino junto con un más allá, una lírica del amor infernal y condenado. Un Orfeo que desciende a los infiernos para no salvar a nadie, sino para ser acompañado en ese viaje sin fin.
Noche en el paraíso parece conservar en cada momento una nota de esperanza para sus protagonistas desmedidos, pero a medida que avanza muestra también que el rumbo de las cosas obedece a fuerzas superiores.
Es un cine de lo implacable, de donde nace su poder enormemente sugestivo.
NIGHT IN PARADISE
Dirección: Park Hoon-jung.
Con: Uhm Tae-goo, Jeon Yeo-been, Cha Seung-won, Park Ho-san, Lee Ki-young, Mun-shik Lee, Byung-ho Son, Dong-in Cho.
131 minutos.
En Netflix