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Sábado 08 de mayo de 2021
El regreso de Claudio Arrau
11 de mayo de 1921
“El anuncio del primer concierto que el joven pianista chileno dará en Santiago a su retorno a la patria despierta un entusiasmo mezclado de curiosidad intensa en el público aficionado. Lo vimos partir hace una década, cuando tenía apenas ocho años. Era entonces uno de esos prodigios artísticos que suscitan en unos fe y en otros, dudas. Hoy vuelve un muchacho de aire distinguido, afirmado en su vocación por el éxito de sus conciertos europeos”, informaba “El Mercurio” el 11 de mayo de 1921.
En efecto, Claudio Arrau había partido a Berlín gracias a una beca otorgada por el gobierno de Pedro Montt y el Congreso Nacional, donde fue alumno del destacado profesor Martin Krause (discípulo de Liszt). De regreso en Chile se aprestaba a dar una serie de conciertos en distintas ciudades. En entrevista con este diario, el pianista revelaba su nostalgia por la patria y de la acogida afectuosa que recibió: “Anhelaba volver a mi país, que siempre se ha mostrado bondadoso conmigo”.
También contaba, “con sencillez y sin aires de grandeza”, sobre su vida en Alemania: “Comencé mis conciertos en 1914, con un éxito que jamás imaginé. De ahí seguí presentándome en las principales ciudades alemanas y en las cortes de los diversos estados germánicos, como era entonces costumbre”.
La Gran Guerra no fue impedimento para su carrera, ganando algunos concursos y el diploma de honor del Conservatorio Stern. Luego viajó por los países escandinavos, recibiendo elogios entusiastas.
Respecto a sus autores favoritos, decía que “me quedo con los clásicos, Bach, Beethoven y Mozart. También admiro a los románticos, Schumann, Schubert y Chopin. Y ahora estudio con un profundo interés la escuela francesa en la cual Debussy, Ravel y otros han producido obras muy interesantes”.
Lo cierto es que el 12 de mayo, Claudio Arrau era ovacionado en el Teatro Municipal de la capital: “Aparece en el escenario. Fino y elegante, con una naturalidad de movimientos que revela una perfecta seguridad en sí mismo (…). Y triunfa ruidosamente, soberbiamente, en forma aplastadora, adueñándose del público, produciendo sobre él una especie de mágica sugestión dominadora (…). La audiencia enorme que llena toda la sala, que obstruye los pasillos, que se cuelga del techo en las altas galerías, lo saluda con afecto”.