Es un hecho: los tiempos han cambiado. En esta temporada, Colo Colo y la Universidad de Chile, por incumplimientos graves en los protocolos y debido a contagios de covid-19, debieron enfrentar partidos de la competencia local y la Copa Libertadores con dotación juvenil, aunque en ambos casos significaran dolorosas pero dignas derrotas. Bastará recordar que el año pasado los albos protagonizaron un bochorno jamás sancionado y del cual no hubo responsables para eludir un pleito en su estadio. Y que en la Copa Sudamericana Unión La Calera jugó su partido contra el Tolima infringiendo todas las normas establecidas, en un proceso que aún se investiga y sobre el cual las autoridades del fútbol chileno dijeron que no tenían injerencia alguna. Aunque parezca increíble.
Ahora, después de un largo y doloroso aprendizaje, son pocos los que se atreven a poner en duda las determinaciones de la autoridad sanitaria. Y la sanción social contra Rafael Dudamel por las reuniones “técnicas” que hizo en su casa fue más lapidaria que las críticas a su discreto rendimiento deportivo.
La tarea de sacar adelante el certamen pese a las cifras que entrega la pandemia ha sido complicada, demandando un esfuerzo médico y organizativo enorme. Por eso, cada vez que se sobrepasan los límites es la actividad completa la que lo siente. El desbordado festejo de los albos tras el triunfo en el Superclásico es una muestra de ello: los puntos que se ganaron debieron resignarlos una semana después.
Por eso mismo resulta tan dolorosa la burla de algunos jugadores y de las redes sociales de Ñublense tras la goleada propinada al plantel juvenil de los albos. Los códigos que tantas veces se esgrimen para tirar una pelota fuera ante la menor lesión de un compañero o para silenciar una necesaria denuncia fueron saltados sin asco y, como es costumbre, no habrá sanción ni condena. El loable ejemplo de Fernando Cordero y el entrenador Jaime García, que se apresuraron en solidarizar con los jóvenes colocolinos, debería ser estimulado y premiado por un medio que se solaza en el lugar común y en la copia a modelos foráneos, pero que siempre se queda corto cuando hay que poner sensatez.
Si algo hay que tener en claro por estos días es que el fútbol chileno requiere de una mirada profunda y descarnada para recuperar su capacidad competitiva internacional. El facilismo de justificarlo todo en los recursos financieros es una falacia, porque ya no solo cuesta competir contra los grandes del continente, sino que, desde hace varios años, con nuestros pares.
Desgraciadamente, la mirada global sobre nuestras capacidades y, fundamentalmente, sobre cómo encaramos la actividad, nuestras selecciones menores y los procesos formativos está sepultada bajo las toneladas de nimiedades ventajistas que caen sobre Quilín en cada consejo. Ya va siendo hora de que se lo tomen en serio.