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Cartas
Domingo 02 de mayo de 2021
Sobre la eutanasia
Señor Director:
A propósito de los debates sobre la materia, ¿no habría que distinguir, en el caso de enfermos sin cura y víctimas de limitaciones y padecimientos insoportables, entre suicidio (por la propia mano), suicidio asistido (con colaboración pedida a un tercero) y eutanasia propiamente tal (solicitada a un médico, enfermera o personal sanitario en general)?
En el primer caso no puede haber sanción penal, puesto que no hay nadie a quien castigar, pero sabemos que hasta no hace mucho el Derecho castigaba el intento de suicidio y se inmiscuía en los derechos de herencia de los suicidas, mientras que la sociedad reprobaba fuertemente a los suicidas y a su familias y algunas religiones se negaban a darles sepultura en tierra bendecida. Hasta el siglo XIX, en Londres se enterraba a los suicidas con una pesada piedra sobre el rostro para impedirles que se levantaran y salieran a perturbar a los vivientes.
Si la humanidad fue capaz de progresar en ese sentido, pasando de la condena a la indulgencia o, cuando menos, a la suspensión del juicio ante el intento o la consumación del suicidio, ¿no será ya el momento de que el Derecho desista de castigar a quien colabora al suicidio y muerte de quien ha pedido esta de manera seria, reiterada y consciente, en el entendido de que se pruebe que ese tercero ha actuado movido exclusivamente por razones humanitarias?
El tercer paso, el de la intervención de un médico u otro personal sanitario, la cosa se ve más difícil, aunque los propios médicos están divididos entre aprobar o rechazar la eutanasia, lo cual abre la posibilidad de que, algún día, acabe imponiéndose el punto de vista de quienes la aceptan. Entre tanto, y en caso de ser aprobada la eutanasia, los médicos que la reprueban podrán invocar siempre la objeción de conciencia y abstenerse de colaborar a la muerte de un paciente, ojalá por decisión personal de cada uno y no por la determinación del dueño de la clínica en que trabajan.
Siempre es hora para continuar tomándonos en serio la recomendación de los clásicos en el sentido de que lo que los humanos nos debemos unos a otros es un contrato de indulgencia mutua.
Agustín Squella