La elección de constituyentes está generando poco interés. Según Cadem, si en marzo del año pasado el 85% mostraba mucho o bastante interés en el plebiscito, hoy solo el 40% lo hace respecto de la próxima elección. El cambio de fecha fue ciertamente desmotivante, y la pandemia hace lo suyo, pero pareciera haber algo más. La gente, incluso, dice estar mucho más interesada por los “temas importantes que ocurren en el mundo” que por la elección que está a la vuelta de la esquina.
¿Por qué esta elección, que es parte de la salida a una grave crisis política y que parece definitoria para las próximas décadas, no interesa mayormente a la ciudadanía? Algunos verán en ello la confirmación de que este proceso era innecesario. Otros, quizás, los rastros de una población enajenada o desafectada como resultado justamente de la Constitución actual.
Partamos por lo básico: a poca gente le interesa la política, algo que no es nuevo ni exclusivo de Chile. Son menos del 15% los que frecuentemente leen sobre política, conversan sobre política o la siguen en redes sociales (CEP). En tanto, para bien o para mal, el problema constitucional nunca ha sido prioritario para las mayorías. Incluso después del estallido, en diciembre de 2019, la Constitución no aparecía entre los 10 principales problemas a resolver (CEP). Aun así, una buena mayoría quería cambiarla y creía que esto probablemente ayudaría a resolver los problemas. Es decir, si bien el proceso constituyente no era una prioridad, pareciera que la gente le creyó al acuerdo de sus líderes políticos en que ofrecía una salida.
Pero luego, el plebiscito fue sumando entusiasmo, hasta llegar a una participación no apabullante, pero respetable, y con un resultado abrumador a favor de la nueva Constitución. ¿Es posible que con ello ya se hubiera materializado la función simbólica ofrecida por la ruta constitucional? Los símbolos son importantes, era necesario un recomienzo, y quizás para algunos esto importe más que la forma que este tome.
Otra hipótesis tiene que ver con el sistema electoral. ¿Cómo personas que siguen poco la política y saben todavía menos de asuntos constitucionales se enfrentan a una elección para la que hay poca orientación? En algunos distritos la oferta alcanza a 78 candidatos. Aun así, Cadem nos informa que el 36% no conoce ni ha oído hablar de ninguno. Los partidos, que debieran estar ahí para reducir esta complejidad, están sumidos en la deshonra. Pese a ser 26, los candidatos no quieren tomarse fotos con sus logos. Pensando en el futuro, y aunque sea impopular, hay que abrirse a la idea de votos de lista que ayuden a ordenar este caos.
Pero tal vez la pregunta más importante no sea qué hay detrás del desinterés constituyente, sino si este importa. Los temas constitucionales son complejos y deben serlo. Tal vez haya que asumir que será un grupo reducido el que articule el nuevo texto, y que las masas no lo “rodearán”, expectantes. En todo caso, es una gran noticia que ahora podamos escoger cuál grupo reducido sea. Lo importante es que la nueva Constitución ofrece la oportunidad de reestructurar el poder político para que, con el tiempo, recupere su efectividad y legitimidad perdidas. Ahí está el desafío, y no requiere de todos los ojos encima.