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Cartas
Lunes 12 de abril de 2021
¿El crecimiento bajo sospecha?
Señor Director:
Para darnos una respuesta a esta pregunta, consideremos el Reporte de Desarrollo Humano 2020 de las Naciones Unidas, publicado en diciembre pasado. Muestra que, por regla general, mientras mayor es el PIB per cápita, mejor es el desarrollo humano. No es una correlación perfecta. Un país puede ostentar un índice de desarrollo humano superior al que se esperaría de su PIB per cápita. Notablemente es el caso de Chile (y también el de Cuba, aunque este país está lejos de las posiciones más aventajadas). Pero en lo grueso lo que muestran estos reportes es que el crecimiento económico —la única forma sostenible de hacer crecer el PIB— es la palanca fundamental del desarrollo humano.
Observando a los países de mejor desempeño se constata que los quince de más alto desarrollo humano han alcanzado esa condición privilegiada gracias a un PIB per cápita promedio de US$ 54 mil. Es decir, más del doble del que ostenta nuestro país, que con sus US$ 23.200 (el dato utilizado por el estudio es de hace tres años, pero que ya es menor gracias a la pandemia) se ubica fuera de las cuarenta naciones más desarrolladas, en la posición 43. Se suele poner como referencia a los países nórdicos por sus envidiables prestaciones sociales —clasifican entre los de más alto desarrollo humano del mundo—, sin reparar en que esas naciones más que duplican el PIB per cápita chileno (de hecho, Noruega supera los US$ 65 mil). Ninguno abjuró de la modernización capitalista para alcanzar tan elevados niveles de desarrollo, sino que lo hicieron creciendo vigorosamente por décadas y sin descanso.
Estos estudios recurrentes nos dicen con numérica elocuencia que no es posible alcanzar un desarrollo humano elevado con un PIB per cápita inferior a los veinte mil dólares. Y que cuando se duplica esa cifra, una nación se aproxima a los más elevados niveles de desarrollo humano, gozando su población de la mejor calidad de vida a la que se puede acceder actualmente en el mundo. También se observa que cuando los países dejan de crecer, se estanca su desarrollo y cuando su economía retrocede estrepitosamente, como en el caso de Venezuela, empeoran las condiciones de vida de sus habitantes.
La carencia de una economía política que haga posible el crecimiento sería doblemente preocupante. Por un lado, porque nos pondría a un paso de la trampa de los países de ingreso medio, clausurando las posibilidades de alcanzar el pleno desarrollo que hasta no hace mucho pareció una meta realizable entre nosotros. Por el otro, tal como lo destacaba José Joaquín Brunner en una columna reciente, porque se crean las condiciones para un nuevo estallido social, derivadas de la frustración y el resentimiento que generaría una economía incapaz de producir más y de ofrecer a las nuevas generaciones las oportunidades y distribución de beneficios.
Claudio Hohmann