El fútbol seguirá, pese a que un utilero de Everton, Alejandro Valdés, se transformó en la primera víctima del covid-19 entre los planteles nacionales.
¿Cuál será el límite para parar? ¿Que un equipo se vea forzado a jugar un partido con siete juveniles? ¿Que un futbolista de Primera caiga en una UCI? ¿Que un entrenador se muera en un hospital? Lo dijo César Kalazich, el presidente de la Comisión Médica de la ANFP: el torneo nacional se jugará “hasta cuando se pueda”.
Con espartana determinación, el fútbol cierra los ojos y le echa para adelante nomás en el que parece ser el peor momento (nada asegura que no vengan tiempos incluso más nefastos) de la pandemia.
No es una ecuación simple la que enfrentan futbolistas, cuerpos técnicos y dirigentes. Luego de la extensa paralización del torneo 2020, con el CDF apretando la soga, planteles enviados a cobrar el seguro de cesantía e ingresos desaparecidos de un plumazo, los mismos actores de la industria se pusieron de acuerdo en hacer de tripas corazón y echar a andar de nuevo la máquina, a sabiendas de los riesgos inherentes a un deporte de contacto y en el que se compite en equipos de muchas personas.
La decisión coincidió con una baja general de los casos en el país a medida que llegaba la primavera, pero aun así se generaron graves brotes en algunos clubes (Curicó o La Calera, por ejemplo), que obligaron a suspensiones de partidos y amenazaron con desnaturalizar un campeonato muy golpeado por las circunstancias.
Pese al viento en contra, la ANFP logró sacar adelante el certamen e incluso se empezó a hablar —en tiempos de un optimismo cercano a la negación— de un posible retorno del público a los estadios, sueño barrido por la segunda ola de la peste que hoy tiene otra vez encerrado a más del 95% de los chilenos.
Con las nuevas variantes y la explosión de contagios, era previsible que la U o Curicó —otra vez Curicó— acusaran la dispersión de la enfermedad en sus planteles. De hecho, es esperable que eso suceda en muchos más clubes en las próximas semanas.
La ANFP ya dio un golpe de efecto al no suspender el cotejo de los “torteros” con La Serena, pese a la evidente desventaja deportiva que afectó a los maulinos. Pero era previsible: en alguna parte, todas las instituciones profesionales pactaron que tenían que endurecer la piel y tapiar los miedos: una nueva suspensión acarrearía duros perjuicios económicos a sociedades anónimas que están con el agua hasta el cuello tras dos años en que han pasado las de quico y caco.
Los mismos futbolistas, los leones de este circo, saben que tienen que seguir saliendo a la pista si quieren cobrar. Algunos tampoco se toman muy en serio el asunto: se rigen por estrictos protocolos al ir a entrenar, pero en las tardes siguen juntándose con amigos (las pruebas están en sus redes sociales) o haciendo viajes interregionales que la autoridad sanitaria prohíbe.
Y los fanáticos, por su parte, se contentan con tener ese espectáculo a gradas vacías para llenar las insoportables horas de esta nueva y agobiante cuarentena.
La pregunta es hasta cuándo se puede estirar la cuerda.
El show no siempre debe continuar; a veces, todos tenemos que hacer el duelo.
Andrés SolervicensCoordinador De Deportes