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Cartas
Jueves 18 de marzo de 2021
Fe y pandemia
Señor Director:
Al comentar la columna “Fe y pandemia”, uno de sus lectores —Renato Cristi— olvida que para un católico la eucaristía es el acontecimiento fundamental: no un rito, no una representación escénica de un recuerdo, no un símbolo posible de ser sustituido por otro, no un acto que puede ser presenciado por medios telemáticos, no un compromiso que pueda ser postergado para tiempos más propicios o menos peligrosos, no un esfuerzo por hacer tangible una ideología. Es un acontecimiento —la transubstanciación— que se verifica una y otra vez al margen incluso de la subjetividad de quien lo oficia. Y para otros credos cristianos la co-presencia en el rito es también un acontecimiento fundamental. Eso es lo que hace de la experiencia religiosa digna de especial protección. Si fuera el sucedáneo de una ética, de una ideología de la justicia, o una forma arcaica de republicanismo medieval bastaría el pluralismo ideológico para protegerla; pero no es el caso.
La pregunta que entonces cabe plantear es si una democracia liberal debe atender a ese significado que alienta la vida del católico o si, en cambio, debe tratarlo como una preferencia más. Me parece a mí que una democracia respetuosa de las personas debe respetar ese significado y no amagarlo con argumentos utilitaristas o hipostasiando el bien común en base a consideraciones técnicas (esa no era, desde luego, la posición de Santo Tomás, menos la de Aristóteles). Los argumentos que transforman el bien común en una sustancia (y no lo conciben como un bien de relación) siempre acaban proveyendo argumentos fáciles para amagar las libertades, aunque lo hagan en nombre del republicanismo. Por supuesto el católico —o un creyente cristiano para quien la co-presencia sea fundamental para el ejercicio de su fe— debe tomar las precauciones sanitarias del caso, salvadas las cuales no hay motivo para tratarlo peor que un ciudadano que se pone la mascarilla y frota las manos con alcohol gel para asistir al mall.
Me parece que de lo anterior deriva una razón para que el Estado no deba tratar la libertad religiosa como inferior o siquiera igual a la libertad de emprender o de divertirse. Pero eso es, desgraciadamente, lo que ha venido ocurriendo. Al tratarla igual o de manera inferior a las otras libertades, el Estado no daña solo a los creyentes, sino también los principios de una democracia liberal.
Carlos Peña