Para empezar: ¿Alguien pensaba que la llegada de Martín Lasarte a la banca de la selección significaría un cambio radical en la concepción del trabajo que venía realizando Reinaldo Rueda?
Una aclaración: el propio Lasarte desmintió tan errada percepción.
Y no es que el DT uruguayo no tenga ideas propias. Las tiene. Simplemente es evidente que Lasarte entiende que el punto de partida de su labor tiene que estar necesariamente ligado al proceso de dos años liderado por su antecesor donde, se reconozca o no, se avanzó en el objetivo de conformar la generación que debe luchar por llegar al Mundial.
Por eso, más allá de que en las nóminas para jugar los partidos eliminatorios de marzo ante Paraguay y Ecuador seguramente habrá un par de “novedades” y que veremos algunos cambios cosméticos en la forma de encarar cada uno de los encuentros, está claro que la base estará conformada por esa mezcla que Rueda terminó por conformar entre referentes históricos y savia nueva y que Chile jugará —o intentará jugar— con las claves ya conocidas.
No hay misterio en eso. Y no es para nada ilógico que así sea.
¿Tenemos que esperar, entonces, que Lasarte sea solo un simple administrador continuista de lo que dejó Rueda?
No. Obviamente que, pasados estos dos desafíos iniciales, habrá mayores expectativas. De hecho, el medio le impondrá mostrar sus cartas y transparentar sus ideas. Pero, ojo. Aunque es dable sostener que poco a poco el DT introducirá ciertos cambios, es improbable que Chile termine jugando distinto —en términos de propuesta— a lo que mostró en los últimos años. Lasarte no tiene tiempo ni material para hacer grandes transformaciones ni menos una revolución. Apenas cuenta con un plantel que está conformándose a causa de las urgencias.
Ello, claro, no significa que no se le deban hacer algunas exigencias.
La principal, más allá de la consecución de resultados, será la de lograr que la selección pueda consolidar una forma de jugar que no se acomode solo al gusto de los jugadores, sino que sea funcional a ellos. Es decir, que tanto el ordenamiento táctico del equipo como el plan de ejecución estratégico en cada partido vaya en relación a las capacidades y cualidades de los exponentes. Algo que, desde Pizzi en adelante, no ha sido muy claro en el equipo chileno.
Lograr eso, que parece ser poco y nada, sería un buen punto de partida para el siguiente objetivo exigible a Lasarte: consolidar un plantel más o menos estable que al menos sea identificable y, ojalá, logre el objetivo competitivo adhiriendo a esos conceptos.
Modo de jugar, grupo establecido. Dos metas que Lasarte deberá lograr en el próximo año y medio. Y para hacerlo no tiene otro camino más que acudir a los antecedentes previos. Y revisar, potenciar y corregir.
No le queda otra.