Universidad Católica ha sabido sacarle lustre a su condición de bicampeón vigente estableciendo una gran superioridad sobre el resto de los participantes el torneo nacional. Tal es así que anticipar su nuevo título no es siquiera algo que pueda inquietar a los más recatados y cabaleros hinchas. La UC es el mejor equipo chileno y ningún equipo que por momentos le haya dado cierta pelea le pisa hoy los talones.
Es cierto que en las últimas fechas la Católica se ha contagiado de la enervante irregularidad de los equipos nacionales. Pero si bien eso le ha restado eficiencia y contundencia, no es menos cierto que ha tenido la capacidad de sus individualidades y de su rica cantera para resolver conflictos. Con eso, en verdad, a la UC le basta y le sobra para mirarlos a todos para abajo y comenzar a preparar las celebraciones.
Lo que sí parece ser un tema que debe poner en el centro de la discusión hoy es cómo Universidad Católica puede traspasar su gran potencia de cara a la competición internacional a la cual volverá.
Es cierto que durante 2019 la Católica tuvo momentos de brillantez tanto en algunos partidos de la Copa Libertadores como de la Copa Sudamericana, pero en la suma y resta quedó cierta frustración al no alcanzar niveles como para pensar en dar saltos mayores en ambas competiciones. La venta de César Pinares, las lesiones y la falta de experiencia en el manejo de ciertas situaciones de partidos le terminaron por pasar la cuenta.
Sin duda que la lógica más pura indicaría que la UC debería decidirse a “meterse la mano al bolsillo” para lograr un par de contrataciones que le ayuden a elevar la categoría del equipo. Si bien es cierto que ello al menos aumenta la ilusión, no parece ser el verdadero camino que la UC pretende seguir de acuerdo a las convicciones que tiene. Su modelo institucional es crecer desde dentro y no depender de las externalidades que pueden terminar siendo apuestas fallidas, caras y frustrantes.
Siendo así, bien pareciera ser que las nuevas rutas que debería tomar el mejor equipo chileno tienen que ver con la búsqueda de un sello futbolístico, una impronta que le permita ir reseteándose y a la cual se integren solo piezas precisas que le otorguen estabilidad.
No es fácil plantearse esa decisión. Porque si bien Universidad Católica ha vivido enarbolando la bandera del “fútbol bien jugado”, aquel concepto no es para nada reconocible hoy luego de ser campeón con entrenadores tan diversos como Beñat San José, Gustavo Quinteros y, eventualmente, Ariel Holan.
Hoy, curiosamente, existe en la Católica una (excelente) manera de hacer las cosas bien en lo institucional, pero aún le falta una forma de jugar, de identificarse, que le dé a la UC el complemento que merece para mantener en alto su gran superioridad a nivel local y empezar a sentarse en la mesa de los grandes a nivel competitivo sudamericano. Algo así como recorrer el camino que ha hecho, por ejemplo, Independiente del Valle.
Sí. Pareciera ser una exigencia desmedida y una carga pesada para un club que tan bien hace las cosas. Porque eso obligaría a repensar proyectos que han sido aplaudidos a nivel local. Pero por eso mismo hay que plantearlo. La UC está en el momento de dar pasos y saltos. Está para cosas grandes.