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Editorial
Sábado 21 de noviembre de 2020
Laicismo francés y libre expresión
El gobierno teme que ciertas expresiones extremas vayan ganando terreno en sectores azuzados por clérigos fundamentalistas.
Emmanuel Macron no cede en su ofensiva por detener el islamismo radical en Francia, que, por medio del terrorismo, busca coartar libertades garantizadas por los países democráticos.
La libertad de expresión es un derecho consagrado en las sociedades occidentales, y en Francia la secularización es una marca de identidad y unidad nacional. Macron ha defendido la publicación de caricaturas satíricas de Mahoma, y ha señalado que no renunciará a los “valores esenciales” por miedo a los atentados terroristas.
Una sociedad secularizada como la francesa da espacio para el desarrollo de todos los credos, en el entendido de que cumplan las reglas generales, y que ningún movimiento religioso se parapete en sus creencias para violar las leyes. El asesinato de un profesor francés, acosado en las redes sociales por explicar que publicar caricaturas de Mahoma es parte del derecho a la libre de expresión, deja en evidencia hasta qué punto llegan los islamistas radicales con su voluntad de censurar una sociedad democrática.
Cinco millones de musulmanes forman la segunda religión en Francia, y ciertamente no todos ellos siguen su versión más radical, pero el gobierno teme que ciertas expresiones extremas vayan ganando terreno en sectores marginales, azuzados por clérigos fundamentalistas.
El miércoles, el Presidente dio un ultimátum a los líderes del Consejo Francés de Culto Musulmán para que acepten una “Carta de valores republicanos”. Para Macron, es inaceptable una “ideología que clama que sus leyes son superiores a las de la República”. La Carta obligará a los imanes a pedir acreditaciones —que pueden ser retiradas— y consagra dos principios: que el islam es una religión y no un movimiento político, y que está prohibida la interferencia extranjera en los grupos musulmanes franceses. Esto, apuntando a que habría gran influencia de clérigos extremistas extranjeros o formados en el exterior.
Hace un mes, cuando Macron advirtió sobre el “separatismo islámico” y el intento por formar una “contrasociedad”, al margen de las reglas de la sociedad francesa, hizo el anuncio de un proyecto de ley que fortalecería la laicidad. Aclaró que no estigmatizará a los musulmanes, sino que “fomentará la habilidad de vivir juntos”.
El proyecto, que se espera sea aprobado el 8 de diciembre en el consejo de gabinete, incluye normas que restringen la educación en los hogares, salvo por problemas de salud; multas para los padres que no manden a los hijos al colegio, un monitoreo más estricto a las escuelas religiosas y al financiamiento de las mezquitas, y terminar con la formación de imanes fuera de Francia. Detrás de estas medidas —que no dejan de presentar aspectos controvertidos, pues también pueden implicar una restricción de libertades— está la convicción de que para una convivencia armónica en una sociedad democrática plural es vital formarse en la cultura común, la de los “valores franceses”.