Primer tiempo. A Carlos Palacios, un joven delantero de Renca en pleno ascenso y que brilla en Unión Española, lo convocaron a la selección de Chile para el partido contra Colombia del pasado martes 13, pero la gestión se frustró porque carecía de pasaporte, una exigencia de la FIFA.
Hubo molestia y algunos comentarios con sorna, por la falencia y por no haber sacado un documento que cuesta caro y dura poco, para un episodio que demostraría la precariedad del futbol profesional. Hasta hubo cierta indignación: ¡cómo no va a tener pasaporte, es el colmo!
Nadie se indignó, en cambio, contra la FIFA, que en pleno territorio chileno es capaz de ponerse por encima de la ley nacional, con sus estrictas peticiones burocráticas. Así que la FIFA es capaz de exigirle a un compatriota el uso de pasaporte dentro de su propio país.
Segundo tiempo. Lo que dijimos de Eber Aquino, árbitro paraguayo, es lo que dijeron los peruanos de Julio Bascuñán, juez chileno. Ninguno se acercó al Var, es decir, no fue a mirar la pantalla de cerca, le bastó conversar de lejos con sus pares y así tomó una terrible decisión equivocada.
Los imparciales podrían tener una idea u otra, pero los parciales están totalmente convencidos de los sucesos: en Lima cobraron un penal que no fue y en Montevideo no cobraron un penal que fue. Y ambos momentos fueron decisivos.
¿Qué le han dicho y le dirán a Bascuñán? Exactamente lo mismo que a Aquino. Un escándalo, una vergüenza, vendido, ladrón y corrupto como todos los de tu nacionalidad. Lo anterior está en el terreno de lo publicable, lo otro y más amplio, pertenece al espacio de lo imaginable, porque lo que acá se dijo de los paraguayos, sería incomprensible que los peruanos no lo dijeran de los chilenos.
El fútbol, por lo anterior, siempre será una lección de justicia, paciencia y enseñanza.
Descuentos. En las transmisiones de la selección, para la próxima oportunidad, se solicita encarecidamente algún sonido ambiente que amortigüe el guirigay y le reste protagonismo al bolsón de gritos, una mezcla de alaridos agudos, chillidos histéricos y garabatos permanentes, donde el portero Bryan Cortés es un corista destacado.
El griterío entre los jugadores es habitual y normal en el fútbol amateur y también en el de selección. Así son las cosas. El problema está en que nadie desea escucharlo, al menor con esa nitidez. Y los protagonistas, seguramente, tampoco quieren ser oídos tan claramente.
Los desperdicios del fútbol, al igual que los despojos humanos, donde mejor están es en un lugar privado, cerrado y bajo la alfombra.