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Cartas
Martes 13 de octubre de 2020
Un vecino del barrio San Borja
Señor Director:
El año 2007 llegué a Santiago desde Chiloé para cumplir mi sueño de estudiar en la universidad. Desde aquellos años que vivo en el barrio San Borja, específicamente en la intersección de las calles Carabineros de Chile y Ramón Corvalán, a dos cuadras de Plaza Italia.
Sobre este barrio solo tengo elogios; es de esos lugares donde la vorágine de la ciudad se entremezcla con entrañables entretenciones, como trotar por el Forestal, comer un sándwich en un restaurante o visitar el Café Literario de Parque Bustamante. Todas actividades que, desde el estallido de octubre, jamás pude volver a realizar.
Ha pasado casi un año de aquel momento, sigo aquí, y en la memoria no solo quedan las vivencias, sino que también las reflexiones. Recuerdo aquellos viernes en los que llegaba del trabajo a mi departamento, con ganas de descansar, pero era difícil con el desorden, el olor a lacrimógena y, por sobre todo, por los proyectiles que rebotaban sobre mis ventanas en un ¡piso siete! (piedras y bolitas). También recuerdo las “aventuras” para llegar a mi edificio, laberintos interminables que culminaban con cien metros planos en medio de una sinfonía de perdigones de fondo. Es ahí cuando uno se pregunta ¿cómo llegamos a esto?
No soy analista político, pero creo que llegamos a esto porque no hicimos lo suficiente para detener la violencia. Hubo un momento en que quedamos paralizados, algunos por miedo y otros porque creyeron que un poco de violencia no estaba mal si ayudaba a “cambiar las cosas”. Fue ahí cuando equivocamos el camino, cuando “hicimos la vista gorda” y dejamos hacer aquello que jamás se debe permitir.
Pablo Alvarado S.