El gran crítico inglés Raymond Williams descubrió que en la cultura inglesa se repetía cada cierto tiempo un fenómeno que llamó “estructura de sentimiento” (una noción que después abandonó), es decir, una específica emoción análoga, subjetiva, como toda emoción, pero dependiente de variables objetivas recurrentes y, por lo mismo, independiente de la voluntad o sensibilidad de tal o cual individuo. Para decirlo grosso modo —y de la manera que yo lo entiendo—, creyó percibir una ley histórica respecto de los sentimientos. Lo traigo a colación porque, dado que somos los ingleses de América —cosa que Neil Davidson ha intentado denostar—, podría ser también pertinente para Chile.
La estructura sentimental que propuso es muy sencilla: las generaciones actuales, cuando miran el pasado, inventan una época, un mundo entero, en el cual alguna vez vivieron (o al cual se afilian) y del cual se sienten expulsados, mundo que tiene todos los rasgos de una “edad de oro”. Esa edad dorada, desde luego, nunca existió, pero sirve como instrumento para criticar ferozmente a la actual y a quienes la defienden, y proporciona un refugio ante la intolerable circunstancia. Williams, con una erudición implacable, revisa esta figura en la totalidad de la literatura inglesa y demuestra cómo en la poesía y la narrativa es muy poderosa la inclinación a construir periódicamente una “pastoral” —algunas muy bellas— y, a la vez, demuestra que cuando se contrasta ese mundo idílico con los hechos resulta en buena medida una falsificación y, lo que es más curioso, las generaciones contemporáneas a esa supuesta edad dorada le atribuían ese mismo carácter a otra edad anterior, la cual había sido, a su turno, poco o nada dorada, pero en la cual también florecieron poetas y novelistas que cantaron las delicias de otro mundo maravilloso, a su vez ya casi fenecido, que habría existido décadas atrás. La hipótesis propone una suerte de perenne utopía retrospectiva. Por cierto, la gracia de Williams es cómo, texto a texto, va retrocediendo y reencontrándose documentalmente con la misma “estructura de sentimiento”. La explicación sería que esa recurrencia es la ideología que segrega un grupo cultural para autoatribuirse legitimidad —prosapia, linaje, autoridad moral— frente a otro grupo que culturalmente le disputa su hegemonía.
Williams va más allá, desde luego, pero me quedo hasta ahí nomás, porque lo que percibo últimamente es que quizás en Chile muchos estemos cayendo en este espejismo, incluso las mentes más lúcidas, ilustradas y bien intencionadas, y finalmente, lo sabemos bien, el hecho es que no hay época ni comunidad dorada ni hace 50 ni hace 500 años y que en el presente, a pesar de nuestro desagrado, todos pueden hallar un efímero destello de oro.