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Día a día
Sábado 01 de agosto de 2020
Callar
Tantas injusticias que se cometen con la lengua, tantos errores. Qué de situaciones dolorosas evitables, qué de desperdicios, si la boca hubiese permanecido cerrada. Qué de penas, qué de agravios, qué de látigos inmerecidos, ¡qué de sandeces proferidas! Esa caverna flanqueada de dientes parece nunca estarse quieta, y gozarse con la más torpe de las estulticias. ¡Cuánto se mata de la boca para fuera, cuánto se pierde!
Callar, hay que aprender a callar. A cerrar el morro no para que no entren moscas, sino para evitar que salgan. Montones de ellas, miles. La jeta es un nido de moscas, también un avispero. Un canil, una piara, un basural. A cerrar el pico, el tragadero, las fauces. ¡Ah, qué vida más feliz la del que calla y disfruta en el callar! ¡Qué paz del alma tener los resumideros cerrados y las alcantarillas tapiadas!
Por la boca muere el pez, pero por la boca también se pudre el pez... Y contagia, contamina, ensucia lo que alcanza, ennegrece lo que abraza. Hubo un santo a quien apodaron Crisóstomo, esto es, boca de oro... Que no solo sabía callar cuando correspondía, sino que de su habla solo emergía dulzura, paz, bien y verdad. Una gracia, mas también un entrenamiento. ¡Ay, boca! ¡Si humildad es andar en verdad, como dijo la monja de Ávila, aprende a ser humilde! Y si no puedes, o aun si no quieres, pues cállate sin más. Sí, cállate. ¡¿Por qué no te callas?!
B. B. Cooper