Sabido es que los edificios urbanos con valores patrimoniales fueron en el pasado elementos constitutivos de un lugar, que nos permiten hoy contemplar un fragmento de diversos procesos históricos de configuración física.
Representan un legado material y social: huellas y estratos sedimentados en la escena urbana contemporánea; algo así como una cápsula del tiempo que guarda mensajes de otras épocas, que se nos revela en el presente.
Estas piezas, donde reconocemos la creación de generaciones anteriores, junto con los equipamientos y paisajes culturales, son signos y símbolos que enriquecen la vida en sociedad, siendo referencias para todo el sistema urbano.
De allí que preservar un hecho que ya existió –muchas veces en ruinas, incompleto o como ha ocurrido, del que solo se mantienen sus fachadas– depende fundamentalmente de la lucidez y sensibilidad de los actores que participan en su rescate.
En el horizonte de una intervención pertinente, por fortuna hemos alcanzado una alta valoración de la historia urbana, lo que, unido al interés de las comunidades y profesionales por un nuevo modo de tratar las edificaciones, ha evitado las malas prácticas, incluidas las demoliciones.
En efecto, contra lo que con frecuencia se realizaba, vaciando el interior del edificio, utilizando la envolvente exterior como zócalo e insertando una torre, las búsquedas recientes –en un modo opuesto– han privilegiado operaciones dentro, debajo o entre el vacío contenido, sin sobrepasar la altura de la pieza y alterar su contexto, donde las tecnologías de construcción subterránea han sido claves.
Constituyen exploraciones en esa dirección las actuaciones del Barrio Universitario, Edificio Nave, Centro Cultural La Moneda, Museo Precolombino, Palacio Pereira y la cripta de la Catedral en Santiago, entre otras. O, también, el Museo de Artes Visuales y el Centro de Extensión Campus Oriente, donde la inclusión de elementos y sótanos completan un bien patrimonial.
Estas acciones interiores que rescatan el pasado son deudoras de la construcción pionera de la Sala Matta, bajo el Museo de Bellas Artes, y, posteriormente, de la biblioteca adjunta a la Casona Lo Contador que, habilitando el subsuelo, crea una plaza en su cubierta.
Aunque, en rigor, este cambio de reglas comienza, coincidiendo con lo afirmado por Smiljan Radic, “cuando al intervenir uno se propone causar poco daño”.
José Rosas V.
Arquitecto