Este documental es uno de los productos audiovisuales más insólitos de los últimos años. Hasta es dudoso calificarlo como cine, porque su calidad visual está más cerca de un híbrido entre un reportaje periodístico y un programa de televisión corriente. Pero a veces el cine consiste justamente en esto, en la posibilidad de desbordar los soportes.
Leslye David y Catryn Einhorn, periodistas de
The New York Times, iniciaron en el 2010 un proyecto para investigar el impacto de la guerra de Afganistán en las vidas de las familias estadounidenses. De entre decenas de historias contadas por compañeros de trabajo que habían estado en el frente, les interesó la del suboficial Brian Eisch, que tras el divorcio de su esposa quedó a cargo de sus dos hijos pequeños, manteniendo su trabajo en el Ejército. Con tenacidad periódica, siguieron las vidas de esa familia durante diez años.
La película se inicia en su hogar de Wautoma, Wisconsin, cuando la guerra de Afganistán ya cumple casi nueve años. Para entonces, el sargento Eisch está en el frente, mientras sus hijos Isaac, de 12 años y medio, y Joey, de 7 y medio, permanecen al cuidado de un tío. Los niños lo reciben en el aeropuerto y se produce un primer momento extraño: ante el abrazo de padre e hijos, el público cercano irrumpe en aplausos. El padre viene solo por unos días: muy luego andará por la base afgana de Kunduz.
En la escena siguiente, Eisch está en el Walter Reed National Military Medical Center. Ha regresado herido en una pierna y los médicos han hecho esfuerzos para eludir una amputación que más tarde se tornará inevitable. El soldado empieza a sentirse inútil, frustrado, un hombre que “antes podía”. Los niños crecen. Aparece una nueva pareja de Eisch. Isaac quiere entrar a la universidad, a Joey le gusta el Ejército. Ambos saben que su padre quiere que uno de los dos sea militar. El padre es amputado.
A partir de este punto se empieza a sentir que a esta familia, con sueños de fortaleza masculina, pero en verdad débil, quebradiza, le ocurren cosas inauditas. No hay nada en la filmación que lo sugiera, salvo ciertos momentos muertos —flores, árboles, ríos— que recuerdan que la vida se mueve por su propia cuenta.
De pronto, el documental se torna devastador. Pocas veces se habrá filmado algo tan doloroso en una clave tan baja, con tal prudencia, casi con vergüenza de estar ahí. Todo se vuelve desesperado y sin embargo luminoso, ineludible e increíble, cruel y epifánico.
El trabajo de David y Einhorn se ha convertido en el primer largometraje de la sección audiovisual de
The New York Times, que solo pretendía contar historias breves en la edición de los sábados. Esta inaudita pieza de realidad sin atenuantes le ha puesto una medida altísima a quien quiera seguirlo.
Father Soldier Sun
Dirección: Leslye David y Catryn Einhorn.
Con: Brian Eisch, Isaac Eisch, Joey Eisch, Maria Eisch.
100 minutos.
En Netflix.