Los tiempos comienzan en el futuro. Si no partimos por ahí, el presente, que es el momento en que se labora con vistas al futuro, no tiene sentido. Y como el pasado es lo que no existirá nuevamente, todo queda carente de sentido. Esto significa que sin futuro, sin proyección, no hay vida.
Frente a esta situación normalmente se echa mano a un sucedáneo que es el presentismo. Se afirma que el presente es tan angustioso y demandante que solo hay que preocuparse de él; que nada más importa.
En Chile la izquierda siempre ha representado al presentismo, disfrazándolo de bienestar para los más necesitados. Pero su larga trayectoria nos la muestra como una insaciable máquina de poder. Y han sido los más pobres, justamente, los que han tenido que padecer con angustia esa arrogancia matonesca. Las veces que han tenido el poder ha quedado solo desolación y ruinas que ha costado tiempo y esfuerzo titánico reconstruir. Y cuando no lo han tenido se han dedicado a debilitar y horadar. El resultado de todo esto es un país subdesarrollado y empequeñecido.
Alcanzamos a creer que nos liberaríamos de este fatal destino. Los hechos comprueban lo contrario. En la historia las continuidades son predominantes. En este caso, la izquierda está demostrando que hará prevalecer la tendencia empobrecedora que ha impuesto por décadas.
La discusión sobre la posibilidad de retirar parte de los fondos de pensiones ha sido el pretexto con que ha triunfado esta vez. Para lograrlo se ha valido de un resquicio, es decir, de una mentira. Pero no una cualquiera. Tampoco es un triunfo pírrico, que se logró y después nada. Los resquicios son un engaño, un caballo de Troya que hace desaparecer el futuro y sus consecuencias, que se proyectan en el tiempo como una larga y fría sombra atentando contra la vida y todo lo positivo que ella significa.
Lo impresionante, en este caso, es que lo lograron con los votos de numerosos parlamentarios de derecha que apoyaron o se abstuvieron, haciéndose partícipes de este engaño. Empapados del presentismo izquierdista, los dominó el miedo a no aparecer como de avanzada o a ser funados en redes sociales. Se mostraron como unos perfectos don nadie plegándose a la demolición.
El Gobierno ha fallado desde el comienzo en no marcar un rumbo que respalde su acción con mística y les dé sentido a sus fríos proyectos. Ahora, un buen número de sus parlamentarios agravan la desorientación sumiéndonos aún más en el despeñadero del fracaso y la consiguiente desaparición del futuro.