El ministro Paris hizo una analogía de Chile con un enfermo, y dijo que “es obvio que el paciente que tiene fiebre de 39 °C y después baja a 38 ha mejorado”. Una analogía que no es nueva, ya que los primeros “economistas” del siglo XVII y XVIII (que eran médicos) compararon a los países con las personas. Así lo hizo Locke, así lo hizo William Petty, y quien llevó al summum esta comparación fue el fisiócrata François Quesnay.
Para el doctor Quesnay, un país era un cuerpo humano, sus órganos eran equivalentes a los agentes económicos y la sangre era equivalente al dinero.
Pues bien, tiene razón el ministro Paris. Chile se parece a un enfermo. Eso es evidente. Por algo hemos estado en reposo y con fiebre. Y lo que es peor, es un enfermo que tenía enfermedades de base.
Y como en el cuerpo humano hay más formas de ver el estado de salud que la fiebre, en los países también las hay. Así, esta semana conocimos el Imacec de mayo, dando cuenta de un (-15%) algo así como si los glóbulos rojos hubieran empezado a escasear peligrosamente. Y así podemos seguir, pudiendo aventurarse que “la presión” puede subir fuertemente en los próximos meses.
El problema es que ha existido mucha discusión sobre cómo tratar al enfermo de una enfermedad rara y desconocida. Por cierto, han aparecido médicos charlatanes que dicen tener cura a todos los males y otros que, en el fondo, quieren que el enfermo se muera. Algunos, para decir que ellos tenían razón; otros, para quedarse con los bienes del occiso.
Es claro que el primer médico de cabecera no tenía ninguna habilidad blanda para comunicarse con la familia y que la credibilidad de sus pronósticos quedó en entredicho por el transcurso de la enfermedad. El doctor de cabecera actual ha sorprendido por su capacidad comunicacional, pero están por verse sus resultados. Lo claro es que para nadie ha sido fácil. Solo en América Latina han sido destituidos nueve ministros del ramo y en el mundo, muchos más. Y como dijo alguien, es realmente una mala suerte que esta enfermedad haya pillado en todos los países a gobiernos desorientados, mientras que todas las oposiciones tenían la película clara.
El gerente de la clínica ha tenido aciertos y ha cometido errores. El mayor acierto es que la cosa no ha colapsado. Crecieron las camas, crecieron las UTI, se hicieron exámenes, se compraron ventiladores. El mayor error fue anunciar mesetas y nuevas normalidades cuando ello no correspondía, además de algunos comportamientos fuera de horarios de oficina poco estéticos.
En la sala de espera, algunos —como Espacio Público— habiendo hecho un aporte en la fiscalización y en la revisión de los datos, se transformaron de un momento a otro en los únicos que saben cómo manejar la pandemia. Sin ningún conocimiento de epidemiología (y con poco pudor) han pasado a ser los illuminati, los únicos que en vez de dudas tienen certezas.
El Colegio Médico, por su parte, si bien ha hecho aportes (como alertar de la gravedad de la crisis y convocar a los economistas), ha tenido una clara intencionalidad política en sus actuaciones. Su interés ha estado más en la denuncia que en la colaboración. En la acusación más que en la ayuda. En la amenaza más que en el acompañamiento.
Contrastan con ellos otros actores. La Sociedad Chilena de Medicina Intensiva, los rectores y doctores Vivaldi y Sánchez, los exministros de Salud, el mediático doctor Ugarte y varios otros, que desde una mirada independiente —ni obsecuente ni oficialista—, su intención ha sido la de colaborar para que las cosas resulten bien, con un tono acorde a la tragedia que vive el país.
Los políticos, por su parte, han transformado los matinales en el nuevo ágora griego. La plaza donde se discuten cosas que se deberían discutir en la Ekklesia (Parlamento). Tanto es así, que incluso ya hay parlamentarios que en horas de sesión prefieren estar en el matinal. Tampoco es mejor el comportamiento en el Parlamento, donde la Constitución poco importa, donde los números son una molestia, donde las consecuencias son detalles y donde la responsabilidad ha pasado a ser una palabra del “Ancien régime”.
Chile durante mucho tiempo tuvo buena salud. Mucho mejor que la de sus vecinos. Ordenado, fome y responsable. Lejos de lo que uno aspiraría ser, pero mucho más lejos de sus referentes comparables. Hoy parece querer mejorarse para vivir una juventud no vivida. Y cuando de adulto se vive como adolescente, las cosas no suelen terminar bien.
Ahora es necesario empezar a levantarse de a poco, porque un enfermo que se queda en cama se muere. Así, es probable que Chile termine sanando, aunque probablemente quedará con secuelas. Cuando llegue ese momento, no sería raro que sean varios los que, viéndolo recuperado, quieran matarlo a palos…