El nombre de Jürgen Klopp es hoy, en el mundo del fútbol, sinónimo de rebeldía y de alegría. El mismo DT alemán definió alguna vez su visión como cercana al rock, al heavy metal, para así diferenciarse de la cadencia y ordenamiento excesivo que los próceres del fútbol de posesión—Guardiola y Wenger—exponen y predican como una especie de verdad revelada. Música de consulta de dentista o de supermercado, podríamos decir…
Pero poner a Klopp solo en el escaparate de los renegados y antisistémicos es tremendamente injusto. Cierto es que su filosofía seguro tiene más resonancia en la liga y en la cuneta que en la academia. Pero de ahí a decir que el fútbol del entrenador germano no tiene sustentos teóricos que pueden convertirse en tendencias de largo plazo, es injusto y hasta un poco ignorante.
Es cosa de analizar a su Liverpool campeón de la Premier League que es, sin duda, un equipo táctica y estratégicamente atractivo.
Veamos. Desde el punto de vista de distribución de las piezas como propuesta inicial, Liverpool exhibe un notorio 4-3-3 donde el mediocampo lo componen un volante central de marca (Wijnaldum) y dos interiores mixtos (Henderson, Milner y Fabinho son los que pelean esos dos puestos) a los que se suma el atacante brasileño Firmino cuando Liverpool inicia su labor más llamativa desde el punto de vista estratégico: la recuperación tras pérdida del balón, o lo que los alemanes bautizaron como Gegenpressing.
Todo este entramado es el corazón de la filosofía de Klopp. Y es que si bien para el alemán la posesión mayoritaria de la pelota no es un objetivo central (“lo que cuenta no es tenerla sino que lo importante es qué se hace con ella”, ha dicho) el recuperarla es esencial para que su equipo mantenga el control del partido. Klopp busca que el encuentro se dé en espacios largos y abiertos, no en un sector pequeño, porque de esa forma obliga al rival a abrirse, a dejar espacios y a jugar largo. Y ello permite a su equipo sacar ventajas porque así puede salir con rapidez y precisión.
La propuesta, sin duda, tiene más elementos atractivos.
Uno de ellos es el cuasi perfecto trabajo de las diagonales ofensivas que realizan Salah y Mané. Vamos viendo. Si bien ambos en la teoría son aleros, no lo son en el estilo clásico del concepto. Si bien eventualmente ganan línea de fondo y son capaces de hacer centros con intención al área rival (el senegalés tiende más a ello que el egipcio), está claro que la ausencia de un “9” referencial los obliga a jugar hacia adentro para enfrentar mano a mano a los defensores rivales y definir. Como ambos son buenos dribleadores, ganan muchos duelos individuales. Pero también son eficaces asistidores para los compañeros que llegan de frente.
Está claro que, mostrado así el cuadro, pareciera que la fórmula Klopp debería implantarse como modelo. El problema es que, como todo sistema, el del alemán requiere de muchos elementos que, por cierto, no se encuentran en todos los planteles. Uno, debe haber un entrenador convencido de que la posesión es un medio y no un fin. Dos, el discurso del DT debe permear a sus dirigidos, convencer, porque no es fácil que los futbolistas acepten ser parte de un engranaje y no el eje central de él. Tres, físicamente el equipo debe estar 10 puntos, porque correr no es una opción sino que una obligación.
Klopp nos enseñó todo eso. Un rockstar.