Si usted está esperando que esta columna sea un panegírico a Mañalich o una columna para decir que es lo peor que le ha pasado al país, probablemente se encuentra dentro de la amplia mayoría de chilenos que ha optado por la trinchera. En el Chile actual no hay medias tintas. Y lamentablemente la historia nos muestra que eso siempre ha terminado mal.
Mañalich se fue como un héroe para algunos. Bocinazos y hasta cacerolazos se escucharon el sábado en algo inédito, donde los políticos hace rato que han dejado de producir la más mínima excitación. Para muchos otros, se fue como un villano, como un personaje siniestro, como el resumidero del mal. Hace mucho tiempo que un político chileno no generaba tanta admiración y tanta animadversión. Odiado y amado, pero jamás ignorado.
Lo cierto es que Mañalich tuvo luces y sombras, aunque su salida era inevitable. No se trata de una nueva claudicación de Piñera a la izquierda ni una moneda de cambio para llegar a un acuerdo económico, como lo ha tratado de establecer la derecha de la derecha. Se trata, simplemente, de que su permanencia ya no era sostenible.
Tras unos controvertidos pero buenos primeros meses, donde la prensa internacional y la propia OMS lo alabaron por su gestión, con la llegada de mayo se le apareció el invierno. Y en junio, definitivamente, Mañalich se transformó en el cuchillo de Rubén Darío (¡si me lo quitas, me muero; si me lo dejas, me mata!). Sacarlo y dejarlo implicaba costos grandes para el Gobierno. Sacarlo significaba reconocer que la estrategia había fracasado, ya que nadie saca a un entrenador que va ganando. Pero dejarlo significaba que pudiera gangrenarse todo.
De cierta forma, el “efecto fusible” funcionó. Tal como ocurrió con Chadwick, tal como había ocurrido con Peñailillo, tal como ha ocurrido tantas veces. Su partida arrastra mucha carga negativa. Y, si bien es difícil —recordando a Xavier Azcargorta— que “muerto el perro se acabe la rabia”, parece ser que ha ayudado a aminorarla.
Mañalich no fue un héroe ni tampoco un villano. Como todo en la vida, la cosa es más compleja. Su gestión se puede resumir en dos cosas buenas y en dos cosas malas.
Dentro de las cosas buenas, la primera es política. Mañalich logró imponer los criterios propios en un Gobierno que contaba con 6% de aprobación. Le volvió a dar un sentido de autoridad a la autoridad. Algo que hace ya un buen tiempo escaseaba en Chile y cuyas reservas a Piñera se le habían agotado.
La otra es sanitaria. Pese a ser uno de los países con más contagiados, el sistema de salud ha logrado responder sin colapsar. Muy al límite, con problemas, con casos complejos, pero lo que habría sido un colapso total, hasta ahora no lo ha sido. Eso no ha sido por arte de magia, sino que el resultado de una gestión de la emergencia hospitalaria correcta y planificada. Tal vez sea ello lo que explique el número de muertes comparativamente bajo que hay, hasta ahora. Tal vez sea ello el gran acierto que pueda mostrar Piñera cuando todo pase.
Hasta ahí lo bueno. Porque en lo malo está lo que precipitó todo.
Dentro de las cosas malas, la primera es sanitaria, y no es más que el fracaso de la estrategia de contención de la pandemia. ¿Como llegamos a estar dentro de los países más contagiados del planeta? ¿El virus en Chile se contaminó del odio en el ambiente? ¿Somos ahora los andorranos de Sudamérica? Es cierto que hay países que no son confrontables porque hacen muy pocos exámenes, pero en comparación con los países europeos, también tenemos más casos. ¿Como es eso posible? Claramente es eso lo que finalmente lo condenó. Ahí está la caída de Mañalich. Ahí se explica la caída de Mañalich.
Porque la frontalidad, la soberbia y el choque pueden funcionar cuando los resultados acompañan, pero cuando flaquean siempre hay muchos voluntarios para echarle palos a la hoguera.
La otra es política. El enredo de las cifras, los permanentes cambios de criterios y una serie de frases raras en el último tiempo hacían que su liderazgo se haya desgastado completamente. Sus pronósticos ya no eran creíbles, sus cifras ya no eran del todo confiables, sus respuestas eran cada vez más largas.
Es cierto que Mañalich debió enfrentar un Colegio Médico politizado, a alcaldes en campaña y a un grupo de iluminados que tenían las soluciones fáciles a todos los problemas. Pero para contrarrestar todo aquello se requerían buenos números, y esa cuenta corriente se le agotó al doctor Mañalich a mediados de mayo.
El tiempo dirá cómo termina esto. La historia no está escrita completamente. Y por duro que parezca, la historia lo que hará es contar muertos. Por ahora, es de esperar que el ánimo de colaboración frente a la emergencia se incremente, que las curvas se aplanen y que no “arda Paris”.