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Domingo 17 de mayo de 2020
Rosita Renard en Chile
17 de mayo de 1920
Hace cuatro años que no venía a su patria, pero se sabía de su creciente fama en el extranjero, lo que era motivo de orgullo para los chilenos. El gran artista Leopold Godowsky, sin ir más lejos, decía que “hoy es la primera pianista del mundo”.
De ahí que el 16 de mayo de 1920 se leía en “El Mercurio” que, “rodeada de un prestigio sólidamente fundado, ha regresado al cálido hogar la distinguida compatriota que con el imperio de su arte conmueve a públicos exigentes (…). En los últimos días no se ha hablado de otra cosa en los círculos musicales y sociales que de su concierto en el Teatro Unión Central”.
En entrevistas con este diario y la revista Zigzag, la otrora niña prodigio que ya tenía 26 años, contaba que antes de llegar al país desde Norteamérica, pasó por Lima, donde tuvo una grandiosa experiencia. Con modestia confesaba que “fui ovacionada en tal forma, que me pareció estar entre buenos amigos. Incluso el Presidente Pardo me recibió en el Palacio”.
En Estados Unidos, en tanto, realizó dos largas temporadas con el famoso empresario Charles Ellis: “Con decirle que tiene contratadas a celebridades como el famoso violinista Kreisler, la cantante Geraldina Farrar —notable por su hermosura y elegancia—, la gran cantatriz Melba y la orquesta de fama universal Boston Simphony”.
Lo cierto es que esa noche de mayo, la pianista mostró sus cualidades interpretando piezas como “Preludio y fuga, en Do” (Bach-Busini), “Nocturno” (Chopin) y “Soneto de Petrarca” (Liszt).
Al día siguiente, la crítica comentaba que el esperado concierto fue recibido con “calurosa simpatía” y que Rosita debió “hacer un bis”: “El público tuvo oportunidad de admirar sus dotes, en que cerebro, corazón y técnica se unen en armonioso consorcio para revestir sus ejecuciones (…). Su sonido es de una pureza admirable; sus estudios en Alemania han dejado huella en su estilo sobrio y noble”.
Cabe recordar que ella había viajado a Europa, donde estudió bajo la dirección de maestros eminentes. Fue a Berlín en 1910, acompañada de su madre, gracias a una beca que le concedió el Presidente Pedro Montt.
En sus presentaciones siempre tocaba a los clásicos alemanes y los críticos chilenos aseguraban que sabía tocar a Bach (su compositor favorito) y a Beethoven, como “nadie lo ha hecho ante nosotros”.
Pero como relataba el periodista, Rosita Renard llamaba la atención por su sencillez y recalcaba que en ese entonces existían otros artistas nacionales dignos de admiración, tales como Renato Zanelli, Alberto García Guerrero y Acario Cotapos.