“Y si no se han muerto, entonces aún viven hoy día”. Así terminaban muchos cuentos de los hermanos Grimm, en sus versiones originales del folclore alemán. Ediciones posteriores, especialmente las traducciones, cambiarían el final por el manido “se casaron y fueron muy felices”. El original tenía la ironía de no decir nada, ya que era verdadero por construcción, una perfecta “tautología”: si alguien no ha muerto, entonces vive, no queda otra. La tautología es pariente de la “contradicción”, su exacto opuesto, porque es siempre falsa, también por construcción.
Sorprende que el debate relativo a la ayuda a las grandes empresas parece reducirse solo a tautologías y contradicciones. Aunque por vías diferentes —participación accionaria o créditos—, oposición y gobierno concuerdan en ayudar “a las empresas solventes con problemas de liquidez”. Pero como en el cuento de los Grimm, aquello suena bien, pero no dice nada.
En efecto, se argumenta que las beneficiarias deben ser solventes, “viables a largo plazo”, porque así el Estado recuperará el dinero. Pero la solvencia, tercera acepción de la RAE, es “la capacidad de satisfacer deudas”. Luego, decir que se le presta a una empresa solvente porque va a pagar, es lo mismo que decir que se le presta a quien va a pagar porque va a pagar. Nos recuerda a los Grimm: si no se han muerto, aún viven, o sea, si no se han muerto, entonces no se han muerto. Ambas son perfectas tautologías. Pero lo de los Grimm era cuento y esto otro se supone que es un debate.
Por otro lado, aquello de “empresas solventes con problemas de liquidez” es una perfecta contradicción. El problema de liquidez emerge, precisamente, porque se ignora si la empresa es o no solvente; si se supiera que es solvente, no estaríamos hablando de ayudas estatales. El real problema es la incerteza.
Y tratándose de incertezas, vale aquí recordar la distinción entre riesgo e incertidumbre, sobre la que Frank Knight escribiera en 1921, poco después de la gran pandemia de 1918. Según Knight, cuando hay “riesgo” es posible calcular probabilidades; cuando hay “incertidumbre”, en cambio, ello es imposible. En el mundo del riesgo los mercados funcionan con profundidad, porque como las probabilidades se pueden calcular, se le puede poner precio al riesgo. Incluso si este aumenta, el crédito no desaparece; sí se encarece, en cambio, lo que suele causar una recesión. Cuando hay incertidumbre, sin embargo, no hay probabilidad que valga, por lo que el mercado pierde profundidad en magnitudes tales que deja de proveer crédito por completo, lo que configura una posible depresión.
Las empresas a las que hoy el mercado les niega liquidez enfrentan incertidumbre, no riesgo. Compañías que dan cuenta de al menos un 20% del PIB se encuentran severamente dañadas, como consecuencia del actual experimento económico donde se “apagan” rubros completos con la esperanza de volverlos a “prender” después. Nadie podría asignar seriamente una probabilidad al crecimiento futuro en esos sectores, consistente con la hipótesis de solvencia de las empresas que los conforman. Se agrega a ello el deterioro de los balances, agravado por deudas que venían creciendo de antes gracias al crédito barato. Ello otorga a la presente contracción rasgos propios de un “momento Minsky”, donde ningún banco pone “plata buena sobre plata mala” y toda la plata que ya se ha puesto huele más bien mal. Flirteamos con la depresión.
Hasta ahí la problemática. ¿Solución? Debiera pasar por la reorganización de la empresa, con la creación de una subsidiaria, calculada para ventas iniciales suficientemente bajas, a fin de escapar del mundo de la incertidumbre y volver al del riesgo. La subsidiaria, que heredaría solo el giro, arrienda los activos estrictamente necesarios a la empresa original, ahora su “matriz”. Esta, con el arriendo más los dividendos de la subsidiaria, sirve una deuda reestructurada a muy largo plazo. Habrá que modificar normas para evitar onerosas provisiones. Para alinear incentivos, la matriz deberá aportar capital a la subsidiaria. Esta última, por nueva, nace sin “resaca de deuda” y con flexibilidad para adaptar su modelo de negocios a la “nueva normalidad”. Pero requerirá capital de trabajo. Se tendrán que modificar entonces otras normas para facilitar el financiamiento de insumos físicos, quizá en la Bolsa de Productos, donde podrían participar inversionistas institucionales, con alguna garantía estatal parcial. Se tendrá que declarar título de valor a las facturas, para ampliar la base de inversores en las mismas. Y se tendrá que eliminar “el deducible” en los “créditos Covid-19”, para que las pymes, proveedoras de la gran empresa, también tengan chance de sobrevivir.
La propuesta no elimina la intervención del Estado, pero reduce su discrecionalidad, acotando las posibles pérdidas; no evita despidos, pero los aminora; no salva a las empresas como las conocemos, ni siquiera a todas, pero siembra la simiente de las venideras; no elimina la recesión, pero sortea la depresión. Salimos jugando.
En cuanto a los hermanos Grimm, lectura de cuarentena. Pero en versión original.