Woody Allen, en 1973, en su película “El Dormilón” (Sleeper), después de haber sido congelado por 200 años, renace, abre un diario y lee que “el tabaco hace bien para la salud”. Debió decir: sirve para el coronavirus.
Allen se anticipó, se equivocó y exageró. Hay pruebas de que el tabaco daña la salud mental de los antifumadores, quienes se fanatizan, se transforman en intolerantes, persecutores, obsesivos, intrusos en la privacidad, hasta odiosos.
También hay evidencias científicas de que el tabaco perjudica los pulmones, provoca enfermedades cardiovasculares, respiratorias, cáncer y otros males fatales. De esto se valen algunos alcaldes y legisladores, populistas y puritanos, dueños de todo, hasta de los cuerpos y derechos de otros, para imponer leyes y normativas que transgreden la libertad, el derecho y decisión personal de gozar de un placer, asumiendo sus costos, sin perjudicar a los demás.
Su autoritarismo llega a límites increíbles, como prohibir que existan lugares especiales para fumadores en moteles, hoteles, bares y restoranes; que se prohíba fumar en espacios públicos, al aire libre y en las plazas. La insensatez de algunos honorables los ha llevado a prohibir “la fabricación y venta de dulces, golosinas, juguetes o cualquier otro artículo que asemeje o tenga forma de pipa, cigarrillo u otro producto de tabaco”. Si se les hiciera caso, estarían prohibidos los cuchuflíes y los barquillos, y no se podría fumar ni siquiera en el desierto, por tratarse de área silvestre protegida del Estado.
La campaña contra el tabaquismo se aprovecha de cualquier contingencia. El ministro de Salud de Gran Bretaña, Matt Hancock, afirmó livianamente que los fumadores eran los más expuestos al coronavirus. La ciencia dice lo contrario. Es que a los fumadores se los culpa de todo, hasta del incendio de la Catedral de Notre Dame. También el coronavirus sirve para los fines y políticas más variadas: para prohibir las migraciones, cerrar fronteras, limitar libertades, establecer medidas proteccionistas en el intercambio de equipos médicos y estatizar empresas que reciban ayuda estatal para reactivarse luego de la pandemia.
Ahora resulta que el ministro Hancock estaba equivocado. Investigaciones científicas serias aseguran que la nicotina, en algunos casos, es capaz de detener las infecciones del coronavirus, que los fumadores están menos expuestos a contraerlo. Las investigaciones publicadas en el New England Journal of Medicine y los informes del Zhongnan Hospital de la Universidad de Wuhan, y de la Pitiè-Salpetriere, en París, son coincidentes.
Puede que estos informes favorables para los fumadores sean más adelante objetados y que el coronavirus no sea una justificación para fumar. En todo caso, durante el encierro los fumadores hemos tenido en el cigarrillo un amigo placentero para hacerlo más llevadero.
Por suerte la ciencia y la medicina no son estáticas, evolucionan y surgen descubrimientos.