La pandemia por el coronavirus nos está enseñando que es imposible superar solos los grandes desafíos. Ha vuelto a quedar patente la importancia de un Estado eficiente para organizar, guiar y poner reglas, junto a una sociedad civil libre y creativa. Esa combinación, si se logra equilibradamente, permite la vida civilizada, y sobre todo el resguardo y la dignidad de las personas.
Más allá de las discusiones sobre si cambiará la forma de vivir la política, la economía y el consumo, o si estamos frente a un nuevo paradigma en las relaciones humanas, me gustaría destacar lo que es permanente en nuestra cultura política occidental. Quisiera compartir lo que les he transmitido a mis hijos y nietos, por si a alguien le sirve para reflexionar con los suyos.
Queridos niños:
Se ha dicho bastante ya que esta pandemia ayudará a aprender a vivir con menos cosas materiales de instantánea gratificación, privilegio al que demasiados estaban acostumbrados, y a relacionarnos con más respeto. Pero hay algo más que me gustaría transmitirles:
Reflexionen sobre el valor profundo de la libertad y el concepto de Estado de Derecho —que sus padres podrán explicarles—, el cual nos garantiza que nuestra dignidad y nuestros derechos individuales son respetados desde el nacimiento. Aún hay muchas personas que desgraciadamente tienen vidas muy precarias y nos deben preocupar todos los días. Pero eso no quita que los conceptos sean válidos: el Estado de Derecho y las garantías personales son criterios solo presentes en la cultura occidental tras siglos de desarrollo, desde los antiguos griegos, en un largo proceso de prueba y error..., y muy poco valorados por los que nacieron con esas garantías ya incorporadas. Muchos, con gran frivolidad, ven esos derechos como el aire que respiran: algo que simplemente está.
Piensen: solo en Occidente hay Estado de Derecho; no es así en otras culturas, en la mayoría de los países islámicos, ni en Rusia, ni en China, ni en gran parte de África. Toda la historia de la humanidad —salvo raras excepciones y breves períodos— es esclavitud, teocracia, pobreza extrema, tiranos poderosos, reyes absolutistas, arbitrariedades, falta de higiene generalizada y abusos constantes.
Entonces, que nos pidan un tiempo de cuarentena, de respeto, de bajo consumo, sabiendo que está toda la institucionalidad del Estado de Derecho intentando cuidarnos, y que los servicios de agua, electricidad y lo esencial asociado a nuestra subsistencia seguirá funcionando, porque vivimos en un organizado país: todo eso considerémoslo. Chile tiene defectos, hay aún mucha pobreza, desigualdades y carencias, pero es, comparativamente, un respetable Estado de Derecho: nos permite vivir nuestras vidas, mientras gran parte de la humanidad carece de mínimas garantías personales, porque nunca nadie ha respetado su existencia. Es algo que debemos agradecer.
La tremenda lección de estos días es que, si bien nos piden limitarnos para no contagiar el coronavirus, nadie nos ha quitado la dignidad ni los derechos con los que nacimos. Estemos entonces a la altura de los deberes que tenemos hacia los demás, por nuestra propia dignidad y por Chile.