Los arquitectos trabajamos con las distancias. Guardamos en la cabeza la equivalencia perfecta de 2,10 m como la altura de una puerta, los 100 metros que mide una cuadra y que una hectárea es equivalente a una manzana. Sabemos que el ancho de un pasillo o la comodidad de una escalera es un asunto de centímetros y que la posición del ojo por donde pasa un perno en una estructura de acero requiere una precisión milimétrica. No es desde hace tanto tiempo que el mundo moderno llegó a acordar estándares de medidas para cosas que eran completamente arbitrarias como una legua, una vara o una cuarta. Hoy sabemos cuánto mide la distancia entre la Tierra y la galaxia más lejana o el orbital de un átomo, y manejamos desde el Planck al año luz. Conocimientos precisos y aparentemente objetivos.
Pero, a la vez, la distancia es tan relativa, especialmente cuando medimos el espacio de los afectos. Un metro es infranqueable para las gótulas que portan a este virus desgraciado. Es la distancia que nos parece natural tomar respecto a un desconocido en el espacio público y que se vuelve tan difícil de mantener en nuestra cultura de gestos cordiales. Estoy a unos 12 kilómetros de la casa de mis padres, bien guardados y aislados, y a 12.500 de Berlín, en donde viven amigos de toda la vida. Con ellos hablo indiferentemente por videollamada y siento que, en estos momentos, todos están igual de lejos y que pasará una eternidad antes de poder abrazarlos. A la distancia, a veces, se le cuela, además, el tiempo.
La distancia es un asunto subjetivo porque está tan vinculada al cuerpo (y por eso, las pulgadas, los codos y los pies). Es nuestra posición en el cosmos y nos pone en referencia respecto a lo que nos rodea. Nos vuelve sujetos, personas ancladas en un sistema de relaciones en donde definimos qué nos separa y qué nos une. La distancia estrecha que nos hace ser un mismo cuerpo en la cotidianidad de la urbe y los kilómetros que deseamos poner entre ella y nosotros para escaparnos. El virus nos ha mostrado, un poco, cuánto mide el mundo. Cuánto mide nuestra comunidad y los alcances que en ella tiene poner distancia mediante el aislamiento. Cuánta distancia tenemos con nuestra familia, nuestros vecinos y nuestra ciudad. Y cuán cerca quedaba, finalmente, Wuhan.