Hemos observado que las universidades desde hace un buen tiempo demuestran comportamientos que las distancian de su finalidad existencial. Transitoriamente funcionarán online, dadas las circunstancias, y esperemos que se normalice pronto el sistema, pero también que regularicen ciertos aspectos sustanciales que les otorgan validez.
Ellas se entienden como comunidades integradas por académicos y alumnos cuya labor propia es la enseñanza y el cultivo de las formas de saber en nivel de excelencia: humanísticos, científicos y artísticos. Están facultadas para otorgar grados académicos y títulos profesionales. Asumieron la tarea de aportar una formación integral a sus estudiantes para que sean personas cultas, dotadas de criterio, habilidades y competencias necesarias para una vida más humana y profesional idónea. Preservan, incrementan y renuevan el conocimiento mediante la investigación, compartiendo hacia el exterior todo su quehacer a través de la vinculación con el medio, publicaciones y obras de distinta naturaleza.
Sus cuerpos académicos se ordenan jerárquicamente conforme a calificaciones alcanzadas por cada miembro durante su carrera universitaria. Se rigen por una normativa consuetudinaria o que se manifiesta en forma expresa, estableciendo deberes y derechos. Hay valores que son propios de toda universidad y cuyos académicos deben respetar y custodiar: la libertad de pensar y crear, la honestidad intelectual, la autocrítica y la confrontación de ideas que propicia la búsqueda de la verdad y la excelencia. Se interesan por las cuestiones que afectan a la sociedad, formulando análisis y cuestionamientos que surgen lógicamente de su quehacer habitual, racional, reflexivo, pero que algunos confunden con un supuesto deber universitario militante. Clara tergiversación intencionada, porque la actividad académica consustancial, su dinámica, no tiene como fin el poder ni impone posiciones como opción exclusiva; no es dogmática.
A su vez, para los estudiantes también rige una normativa que les otorga prerrogativas y responsabilidades. Conviven de diferentes formas, deben aprender de sus profesores, de sus compañeros y de ellos mismos. Participan muchas veces en debates sobre la contingencia, porque es legítimo y necesario, pero siempre debe ser respetando las reglas institucionales y argumentando racionalmente, sin caer en eslóganes, imposiciones y menos amedrentamientos. En ocasiones, una asamblea acuerda un petitorio o movilización que no representa a la mayoría del alumnado, terminando en paros o tomas, vulnerando el derecho de quienes quieren estudiar. En toda universidad debiera predominar per se una ética que propugna la tolerancia, consideración por los demás y el rechazo rotundo a la violencia.
Todo lo señalado afecta la vida universitaria propiamente tal, relegando la excelencia a segundos términos. Los paros o tomas acortan los períodos académicos, los contenidos de asignaturas —tratados contra el tiempo— se abordan sin profundidad y las exigencias y evaluaciones se relajan. Todos sus integrantes debemos asumir la responsabilidad que nos compete.