Sin duda, la promesa de ver “Los pájaros” en Santiago a Mil abre expectativas. Brinda una de las 11 comedias que llegaron a nuestros días del exponente mayor de ese género en la Grecia Antigua, Aristófanes, de las 40 que escribió (y no sobrevivieron las de otros autores). Para algunos es su obra maestra; a lo que sabemos jamás se representó en Chile. En una versión contemporánea, además, hecha por un equipo artístico griego bajo la dirección de Nikos Karathanos (52), que la estrenó en 2016, en Atenas.
Escrita cuatro siglos antes de Cristo, el texto más extenso de este campeón de la sátira corrosiva e irreverente propone una fábula sobre unos pájaros de diversas especies que se asocian para fundar una gran ciudad en el cielo desde la cual podrán someter a los hombres y controlar los caprichos de los dioses. Su idea fue burlarse del poder imperial de Atenas y su corrupción, y del absurdo de las utopías. Es una producción costosa, con despliegue escenográfico y música interpretada por un ensemble instrumental a un lado; entre sus 19 actores, figura el mismo director y algunos bailarines de las favelas de Río que este integró (lo que explica que en la entrega se escuche hablar bastante portugués).
Lástima que a Karathanos no le interesara contar la historia, como lo ha admitido. La adaptación del texto reduce la ficción a su mínimo indispensable, la situación solo se bosqueja y los hechos que le dan desarrollo suelen apenas enunciarse. Por ende, a menudo uno no sabe lo que está ocurriendo ni quién es quién; eso lo agrava el que las actuaciones no diferencien los personajes. Peor es que a él tampoco pareció importarle la sátira política contenida en la obra y sus resonancias actuales. Un ejemplo: pasa por alto el anuncio de la construcción del muro, al que le venía de cajón un dardo para Trump. Aun así, nuestro público celebra cuando se habla de la Nueva Ley creyendo que se alude a Chile.
Entonces, lo que queda es una trama precaria e inconexa, que sirve de pretexto para una puesta alborotada en cuyo imparable agitación escénica se vislumbra algún desorden, en verdad. Hay bailes tribales, saltos, acrobacias, una pelea en el barro, acompañadas de gorjeos, graznidos, canciones, semidesnudos, brillos, un enorme globo iluminado. Esto se podría tomar como una extraña e impredecible fantasía proclive al exceso, agobiante por su falta de eje y extensión (dos horas sin intermedio), que busca sugerir quizás el frenesí ¿caótico?, ¿dionisíaco?, de la vida de hoy.
La pregunta inevitable es: ya que hablamos de una comedia, ¿todo esto resulta cómico, siquiera jocoso? No, rara vez; oímos risas muy aisladas en la platea. En un pasaje se invita al público a jugar peloteando el globo por sobre sus cabezas; en otro hicieron que unos 30 asistentes subieran al escenario para nada, luego de mirar parados un rato debieron volver a sus butacas. El único componente elaborado y maduro de la jornada es la música, bien ejecutada además, pero que suena seriota, nada de festiva, como para una ocasión harto diferente.
Teatro Municipal de Las Condes. Funciones hasta mañana (lunes 20 de enero), a las 18:30 horas.