El fuerte aumento del gasto público en pensiones que contempla la agenda social del Gobierno consumirá con seguridad más de la mitad del costo total de la misma. Esto revela la prioridad que asignan las autoridades a la situación de la tercera edad, lo que parece ser coherente con las prioridades de la gente, según se desprende de varias encuestas recientes. Pero el tema del valor de las pensiones es solo el más inmediato y tangible de todo aquello que involucra una sociedad que envejece y en la que los mayores van siendo cada vez una proporción mayor. Y esto es un hecho a nivel global: si hoy día poco más de 8% de la población mundial supera los 65 años de edad, en 2060 esta proporción habrá crecido hasta 18%, de los que casi un tercio (5%) tendrán sobre 80 años, el triple que hoy. En Chile la situación es más aguda que estos promedios: si hoy hay un adulto mayor por cada 5 personas entre 20 y 64 años, en 2060 esta razón habrá disminuido a 2.
Las consecuencias del envejecimiento de la población son múltiples. Sin un aumento importante de las tasas de empleo de los adultos mayores, la lenta y hasta negativa expansión de la fuerza de trabajo que se observa en los países OCDE puede implicar una caída en el crecimiento del ingreso per cápita. En el caso de países más envejecidos, como Corea y España, dicha caída podría alcanzar hasta 0,6 puntos porcentuales por año entre 2030 y 2060.
Una fuerza de trabajo más vieja no asegura, sin embargo, una mayor productividad. Es cierto que los trabajadores de más edad tienen más experiencia, redes más amplias y mayor riqueza acumulada, lo cual podría facilitar el emprendimiento. Pero también es cierto que el envejecimiento puede socavar los aumentos en productividad, pues combina obsolescencia de conocimientos, pérdidas en capacidades físicas y cognitivas de los trabajadores mayores, una potencial menor inversión y un disminuido ánimo emprendedor.
El envejecimiento suele también asociarse a mayores gastos de la sociedad en salud. En efecto, se estima que a 2060 solo el gasto público en salud subiría 6,3% del PIB en promedio en los países OCDE, a lo que se agrega 1,3% adicional de gasto en sistemas de cuidados permanentes. Y si se trata de presión fiscal, el impacto que traen una vida más larga y menores tasas de natalidad sobre las finanzas públicas es ya hoy una realidad de primer orden: el gasto público en pensiones ha aumentado desde 6,6% del PIB en 2000 a 7,5% en 2015 en el promedio OCDE, y se espera que lo haga hasta 9,4% en 2050.
Los desafíos planteados ciertamente abren espacio a una agenda integral que se haga cargo del envejecimiento. Por de pronto, dicha agenda debe contemplar los mecanismos para que las personas se queden más tiempo en la fuerza laboral. Esto, que se podría conseguir en países como el nuestro con incentivos a un retiro más tardío (tal como lo propone el proyecto de reforma de pensiones del Gobierno), tiene varios efectos benéficos. Primero, aporta a compensar la ralentización del crecimiento de la fuerza de trabajo como consecuencia de la caída en la población más joven, y con ello se evita la reducción en la expansión del PIB per cápita aludida más arriba. La OCDE ha estimado para el caso de Chile que este efecto podría alcanzar hasta 6% del PIB acumulado hacia 2060. Segundo, quita presión sobre el sistema de pensiones, pues el Estado comienza más tarde a pagar pensiones (en los países con sistemas de reparto) o porque las pensiones pueden ser más elevadas (en un sistema de capitalización individual, como en Chile). Tercero, porque podría incidir positivamente sobre el gasto en salud si es que el mantenerse activo disminuye la prevalencia de enfermedades asociadas a una vejez solitaria, como la depresión y formas de demencia senil.
Una prolongación de la “vida útil” laboral de una persona exige que esta permanezca saludable. Esto no solo requiere de un sistema sanitario adecuado a las necesidades de los mayores, sino también un entorno que ayude a prevenir una mala salud. De paso, ello quitaría también presión sobre los crecientes costos de salud, toda vez que la prevención es sustantivamente más barata que la medicina curativa.
Pero es importante que también exista interés (demanda) en el mercado por trabajadores adultos mayores. Sabemos que ellos están en desventaja en sus habilidades en tecnologías de información y se mueven con más dificultad en el uso de internet respecto de la población más joven, por lo que programas de entrenamiento en estas materias serían de gran utilidad. En el caso de Chile, la tarea es ardua, pues no solo existe el hándicap en materia de TI, sino también en capacidades lectoras y numéricas básicas. Se trata de mejorar la productividad de los adultos mayores para que su aporte sea no solo en cantidad, sino también en calidad.